7 de octubre de 2006

Cero a la Izquierda


Hace una semana, la revista "Veintitrés" publicó una nota a doble página de una tal Licenciada en Letras que se llama Rosana López.
El artículo se llama "A la derecha de Montecristo" y no encontré link a la misma en internet ni forma de conseguirla (se agradecerá si alguien me la suministra).
Aquí una humilde respuesta a tanta estupidez junta.

Cero a la Izquierda

Existe un prejuicio, proveniente del proyecto político, económico y social de la última dictadura militar, que considera que la Industria Argentina es una industria defectuosa y de pobre calidad.
Es evidente que para un proyecto que bajo la insignia de Martínez de Hoz se propuso sustituir el aparato productivo nacional por la especulación financiera, este prejuicio resultó plenamente funcional.
Sin embargo, este proyecto económico liberal y empobrecedor se extendió durante la década del ´90, ampliando el prejuicio y prefiriendo siempre el producto industrial importado.
Es un lugar común reivindicar la calidad de nuestras carnes. ¿Quién se atrevería, por el contrario, elogiar la calidad de nuestros automóviles?
El desmembramiento de la industria nacional y la liquidación de una clase productiva que iría a integrar los desechos de ese sistema desmantelado se fueron en tumbas NN y también en el deterioro de la percepción crítica de la gran masa de consumidores que suelen mirar con desconfianza todo aquello que se produce en el país.
La industria editorial nacional ha sido reducida a cásacaras vacías de aquello que supo ser con gloria durante la primera mitad y pico del siglo XX y fueron copadas por grandes multinacionales que industrializaron el proceso de edición en forma muy eficiente.
En ese sentido, un libro impreso en nuestro país corre con la ventaja de contar con un precio de tapa notablemente inferior que cualquier libro importado y un nivel de calidad perfectamente equiparable al de una edición impresa en España que se importa al mercado hispanoparlante.
Sin embargo, el prejuicio hacia lo nacional sigue presente y se manifiesta en la percepción sobre la calidad de la Literatura argentina que se produce hoy día.
Trabajo en una Biblioteca popular, con gran variedad de títulos, un catálogo ecléctico en el que se funden grandes clásicos universales, ensayos, historia, sociología, política, novelas internacionales, novelas latinoamericanas y novelas argentinas.
Me encuentro a diario con lectores que rechazan la literatura argentina, con un prejuicio del que yo mismo he sido parte, seducido por las traducciones mal hechas en español peninsular de novelas contemporáneas, generalmente norteamericanas.
Cuando me piden que recomiende un libro, suelo inducir a leer los libros de los llamados “nuevos escritores argentinos” y que se encuentran en el catálogo. En ese sentido he recomendado El pasado de Alan Pauls, Rabia de Sergio Bizzio, Leer y escribir de Ariel Bermani, Bajar es lo peor de Mariana Enríquez y Vivir afuera y Los pichiciegos de Rodolfo Fogwill (quien a pesar de no ser parte de esta generación, si tiene una gravitación como uno de los referentes vivos más importante y de influencia decisiva).
Casi siempre la respuesta de los lectores a los que recomiendo alguno de estos títulos es de agradable sorpresa. Me comentan que los sorprendió el encontrarse con que realmente disfrutaron de estas lecturas y que no esperaban que un libro de “Literatura argentina” pudiese gustarles.
Para el gran público lector, “Literatura argentina” se reduce a la prosa inaccesible (pese a los múltiples intentos de los últimos tiempos por hacerlo accesible y universal, en el sentido que lo pueda leer el señor burgués en su casa y el obrero en el taller) de Borges, ese raro setentismo de Cortázar y algunas lecturas sueltas en el recuerdo, pero en especial, el recuerdo de las lecturas obligadas en el colegio secundario de esa literatura argentina densa, pesada, barroca que posiblemente provenga de un recuerdo mal digerido de Lugones y el Martín Fierro.
Arlt es casi un desconocido para el gran público que escuchó hablar de él pero no lo leyó (la paradoja resulta que esto se produce justo cuando la Academia se propuso restituirle su sitial de honor) y los escritores que sí se leen de los últimos años son Aguinis, Eloy Martínez, Rivera, Tizón y el boom editorial de “Las viudas de los jueves” de Piñeiro.
Está claro que la industria cultural no fabrica todos los días Best-Sellers y que hay un hondo prejuicio por parte de los lectores argentinos, quienes suelen preferir una literatura de acceso fácil y de distracción en rechazo quizás a ciertos cánones que el inconsciente colectivo considera inamovibles: la asociación de Literatura argentina con escasa calidad y prosa tortuosa, descuidando el dinamismo, la inteligencia y la agilidad, así como la asombrosa calidad que ha adquirido gran parte de la Nueva Literatura Argentina.
Claro que hay mejores y peores libros, operaciones de mercado por encumbrar obras mediocres y obres excelentes que descansan en las mesas de las librerías por falta de una publicidad adecuada.
En definitiva se trata en gran parte de la publicidad, y la la literatura argentina, como parte de la industria argentina, tiene una muy mala publicidad, resabio del neoliberalismo.
Ahora bien, esta conjetura es personal y a ese título corre.
Lo que sí me parece una barbaridad es salir a tirar dardos contra los escritores de la nueva generación, calificándolos de hacer una literatura de distracción o denigrante con la clase obrera (“¿Cómo entender Cosa de negros de Washington Cucurto sino como una burla irrespetuosa de la vida proletaria?”[1]), llamando quizás, a una literatura anacrónica y en desuso, comprobadamente reaccionaria como fuera la doctrina oficial del PC ruso en época de Stalin, el llamado “Realismo socialista”, y deduciendo, de un plumazo y sin ningún tipo de asidero teórico-crítico que justifique las aserciones, que la literatura argentina actual no vende más allá de pequeñas tiradas por un simple problema ideológico, expresado en el CONTENIDO de sus obras.
Para ello la autora de el artículo al que me refiero (ella misma una autora por lo que sugiere la presentación que de ella se hace en su artículo y que me resulta una perfecta desconocida, haciéndome considerar cuántos libros vendió efectivamente ella que sí hace una literatura supuestamente comprometida con una política de izquierda*) menciona que la novela Montecristo es vista por millones de personas que se sienten identificados con el mensaje ¿“revolucionario”? de un ex desaparecido volviendo para vengarse de sus secuestradores o la lectura masiva de los libros de Felipe Pigna.
Considerar que una novela que refritó a otra novela escrita en el Siglo XIX como forma de entretenimiento popular masivo para la ascendente burguesía francesa, y que por el hecho de haberlo ambientado en un escenario local, aprovechando una temática nacional reciente se constituye en una telenovela revolucionaria es absolutamente falaz e inconsistente. Ni en sus formas ni en su resolución de los conflictos, la telenovela Montecristo impuso una innovación o una forma nueva de percibir la realidad. Sigue aferrada a los cánones y las formas de su propio género. No opera en forma revolucionaria para con la telenovela ni le impone modificaciones novedosas. Que haya logrado que hayan aumentado las consultas por filiación y la recuperación de bebés desaparecidos no es una consecuencia sino subalterna y no expresamente buscada por el género telenovela ni por Montecristo en sí.
Por otra parte, considerar que Felipe Pigna ofrece una mirada, siquiera de izquierda respecto de la historia argentina, también resulta una incongruencia desde la simple contemplación del título de su obra: Los mitos de la historia argentina. Resolver entonces si el caballo de San Martín era o no blanco se impone por sobre los procesos históricos resultado de la lucha de clases de la que Pigna no hace mención. Así la masacre indígena de la Campaña del Desierto puede ser quizás un mito en cuanto a qué cantidad de indios murieron y qué hombres se opusieron a Roca, más no el producto de una necesidad del proyecto liberal argentino de fines del Siglo XIX por contar con tierras productivas libres de molestos malones.
En definitiva, todo este revisionismo light parece ir muy acorde con otro programa político. Se llama Gatopardismo y es el proyecto de una clase media que se cree comprometida por la lectura de Pigna y el compromiso con los Derechos Humanos recientemente asumida a partir de la política del Poder Ejecutivo que esta misma clase sustenta y la telenovela más vista del año. La misma clase media que hace 5 años se comprometía con las luchas populares de los piqueteros (el célebre y kistch lema: “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”) y ahora los manda a encarcelar porque le estorban el camino al trabajo.

Mientras tanto, en algún lugar se encuentra Julio López. Pero parece que ese tipo de compromiso ya excede los intereses de este Gobierno y de esta clase media que lo sustenta y se compromete con su proyecto. Quizás la autora de la nota, tan conocedora por lo visto de las entrañas del mercado y el gusto del público, así como comprometida políticamente con la izquierda, podría aprovechar estas herramientas para convertirse ella misma en una Best-Seller. Algo que por lo visto no ha logrado todavía.

Rufián Melancólico.
Estudiante de Letras (UBA)



[1] López Rodríguez, Rosana “A la derecha de Montecristo” en Revista Veintitrés 28/09/2006. Buenos Aires.

* La presentación de la autora menciona que publicó el libro “La herencia. Cuentos piqueteros”.

11 comentarios:

Ferdinand Mortnais dijo...

escribe bien andrés rivera, más allá de que sus temáticas hoy no me interesen demasiado.
tampoco se le puede achacar todo al neoliberalismo. me parece un comodín del progresismo para canalizar sus quejas de bien pensantes sin necesidad de comprometerse demasiado con nada.

Bolchevique Superstar dijo...

hay que tener en cuenta también, como el de pigna, miles de libros sobre revisión de la historia que sí son comprados masivamente, como el de Lanata y otros.
Sumado a el inderrocable "quién se ha llevado mi queso?" y demás libros de autoayuda, no dejan lugar a los demás.
Y también deben generar un prejuicio hacia quienes no quieren leer esos libros, en el sentido de "...quizás se parecen, como está de moda..."
Y lo de Pigna, sí, es lamentable. En una clase una profesora lo criticó diciendo que no analizaba historia porque trasladaba conceptos acutales al pasado para analizarlos

ajsoifer dijo...

Hay que tener en cuenta que escribí eso en respuesta al deplorable artículo de la licenciada López que dice que la gente no lee literatura argentina actual porque la nueva generación no está comprometida con una actividad política de izquierda.
Creo que la gente no lee literatura argentina actual porque tiene mala publicidad. Nada más que eso. Y por el prejuicio respecto de la industria nacional que es un prejuicio existente e innegable.

Ferdinand Mortnais dijo...

igualmente creo q sí funciona algo de "izquierda=valoración de lo nacional- popular=valoración de el arte o pensamiento argentino y latinoamericano",
no porque la literatura argentina sea de izquierdas sino porque en general la gente de izquierda suele ser nacionalista creyendo que así se revela al capital, cuando la idea misma de nación es una idea burguesa. Poco hay en la izquierda de internacionalismo, y cada vez más de nacionalismo (genereralmente de nacionalismo latinoamericanista).

Anónimo dijo...

El prejuicio en cuanto a la literatura argentina que mencionás se extiende, creo yo, hacia la literatura hispanoamericana en general. Parecería ser que el "lector promedio" rehuye a los autores hispanoparlantes (a quienes considera "de medio pelo"), mientras que opta por escritores de apellidos profusos en consonantes, como si la "calidad" de la obra fuera directamente proporcional a lo difícil que resulta pronunciar el apellido de su autor (y al tamaño de letra en que el mismo está escrito en la tapa). Eligen sus lecturas con el mismo criterio con que compran un reloj o un par de zapatillas.


Otro argentino que junta polvo en los anaqueles de las lirerías: "Miles de años" de Juan José Becerra.

El Motonauta dijo...

Es lo malo de vivir cerca de la gente de Barrio Norte, creen que debemos vivir sacandole leche a la vaca... ahhh... Opinión de humilde zurdo vendedor de sus ideales: No Compren A Pigna, es el equivalente en Tinelli para la historia...

Suarez dijo...

No sé cómo llegué acá. Sólo me queda acotar que he leído bastante a Rosana Lopez, que sí la conozco (escribió mucho en "Razón y revolución" y "El aromo", publicaciones que se encuentran en cada pasillo de Puan) y que no merece la pena criticar una reseña marxista desde una posición tan inconsistente como la demostrada aquí. Por otro lado, si leés algo de ella, enseguida te podés dar cuenta de que poco tiene que ver con el PC o el realismo socialista, sino más bien con un trotskismo "tradicional" y, obviamente, bastante cerrado.

ajsoifer dijo...

La mía es una posición inconsistente? O es la posición de López la posición incosistente?

ajsoifer dijo...

Pueden seguir mi discusión con la Licenciadita-Comisario Stalinista Rosana López Rodriguez en:
http://tomashotel.blogspot.com/2006/10
/la-izquierda-de-la-estupidez.html

Anónimo dijo...

que aburrido, sos del genero de los escritores que no vivieron una puta de nada y escriben al aire o parafraseando a otros escritores, o simplemente sobreanalizando desde la primera c hasta la o de "culeado" como una vivisección alienigena que no es mas que un dardo ninja a la garganta, soporifero para ser clinicamente correcto en lo aburrido que resulta leerte. Y si no disfrutás de la ironia y los "twist and turns" de la gente no leas a Chuck P. y leé a Paulo Coehlo.

ajsoifer dijo...

Estimado Hernán Molina:
Entendiste algo de lo que escribí?
Que no disfruto de la ironía y los "twist and turns"? En qué te basás para hacer tu análisis clínico?
Evidentemente no leíste nada de lo que escribí.