21 de marzo de 2008

Reseña: En otro orden de cosas de Fogwill

Leí la nueva-vieja novela de Fogwill con ansiedad y me quedé con sed. Claro, se explica de forma sencilla: un libro nuevo (al menos en la Argentina) del autor de joyas de la literatura argentina contemporánea como Los pichiciegos o Vivir afuera es siempre un acontencimiento literario. Y no fue solo un libro sino dos: la mencionada novela y Los libros de la guerra (Mansalva). Y los leí por obligación profesional a los dos en unos tres o cuatro días. Confieso que no terminé Los libros de la guerra pero casi me lo leí entero.
Aún así, me quedé con sed.
Que no se entienda mal, En otro orden de cosas es una novela muy buena, muy digna, muy bien pensada, estructurada y desarrollada. Creo incluso que esa sensación de no saciedad que produce es un efecto buscado.
La historia podría resumirse en el aburguesamiento o la cooptación en el sistema de un protagonista masculino anónimo que comienza la novela en una relación amorosa con una joven romántica (en el mejor de los casos), se involucra en “la Revolución” (y no pude dejar de sentirme extrañadísimo cada vez que la palabra “Revolución” se metía y me interpelaba con toda su densidad semántica en las páginas de la novela, como una palabra tan en desuso y tan poco mencionada para hablar de la guerrilla setentista), las cosas van mal y termina trabajando en un proyecto faraónico de construcción de autopistas en una empresa bastante oscura en la que va progresando para terminar a principios de 1980 absolutamente integrado a un status burgués bien reconocible.
Y deja con sed porque uno espera en Fogwill cierta violencia espeluznante y directa, descarnada y pornográfica que apenas si tiene mínimas intervenciones: fantasías sexuales sutiles, mucha elipsis (Borges se sentiría autorizado en su ironía que sostuvo que Fogwill era un maestro de la elipsis en referencia a las ocasiones en que Josefina Delgado y Enrique Pezzoni le leyeron Sobre el Arte de la novela omitiendo los pasajes obscenos) y poco más.
Deja con ganas.
Por otra parte, Fogwill vuelve a autorizar a Borges cuando decía que era el escritor que más sabía sobre automóviles y cigarrillos: como introductor del universo del consumo masivo, Fogwill no se priva de introducir en la novela la modernización de la Argentina durante los años de la Plata Dulce: autopistas, autos importados,TV a color y en especial la modernización forzada que llevó la política de la violencia armada al discurso y el fracaso.
Hay cierto tono medido en la novela que contribuye a esta sensación de desasosiego tranquilo.
El ex guerrillero que se hace dueño de una conecesionaria de autos, el propio protagonista que se dedica a demoler edificios y provee una de las mejores metáforas del texto:

Con un mazo de quince libras debía golpear las partes blandas de mampostería. Todo pasaba a ser escombro fino, polvo amarillo, polvo colorado y cascotes. (p.55)
Se derrumba, todo se derrumba y la vida continúa.
Ya en el año 1975 de la novela el narrador dice:
Mientras tanto muchos compañeros trabajaban para el enemigo, y la derrota era tan nítida, que aquellos hombres ya estarían desalentados, invadidos por la certeza de que habían estropeado sus vidas en misiones inútiles, una parodia de la guerra que ridiculizaba cualquier parodia anterior. (p.55)
La derrota es total y parte de cada uno de los personajes que se adaptan a una nueva realidad como quien se cambia la ropa. La ingenuidad de la clase media en aquellos años, el Mundial ´78, los desaparecidos, la Guerra de Malvinas, apenas son referidas:
Por el estudio circulaban publicaciones europeas y norteamericanas que traían noticias sobre saqueos de casas y violaciones de mujeres perpetuados en el curso de operaciones antiguerrilla. Era tan poco comprensible la imagen de un atlético capitán interrumpiendo su tarea de inteligencia o de represión para violar a una muchacha que tal vez fuera fea, como la de oficiales de buenas familias y dueños de una fortuna personal que se demoraban robando el reloj de péndulo de un departamento allanado por un error de información. (p.96)
Típica reflexión de una clase media ciega a lo que venía sucediendo. Escapismo. Nadie vio Matrix y toda esa estupidez.
En la entrevista que le hice a Fogwill hace dos semanas y que pronto será publicada, él me dijo que consideraba que esta novela, a pesar de estar ambientada en la década del ´70 es una novela del presente argentino y que ya nos vamos a ir dando cuenta de las pistas que sembró para que lo comprobemos.
Puede ser. Quizás entonces sacie un poco mi sed.

1 comentario:

Esteban Valesi dijo...

Saludos, Rufián. Gracias por tu comentario.

Yo dije que Fogwill era el lobo feroz; vos, que era un viejo zorro. Me parece que diste más cerca del blanco. Todavía no encontré la pausa para darme una vuelta por Corrientes y conseguirme "En otro orden de cosas". Después de tu reseña, me voy a forzar a encontrarla. Como sea.

A propósito, pegué tu dirección desde mi espacio.