30 de noviembre de 2007

Reseñas de In Fraganti (tercera parte)

Con estas 7 reseñas completo mi análisis cuento por cuento de los 21 cuentos de In fraganti.
La semana que viene, para no sufrir Stress Post Traumático por ya no tener más que reseñar del libro, quizás, una breve impresión general del libro y quizás también, una pequeña sorpresita.


La cabeza de la víctima (primera parte)

1) Ángel de la guarda de Mariana Enriquez

2) Matador de Leonardo Oyola

3) Mata a tu Dios de Romina Doval

4) Fuego chino de Juan Terranova

5) La puerta de bronce de Ana Cecchi

6) Sesenta kilos de Alejandro Parisi

7) Nadie habla de Diego Erlan

El torso de la víctima (segunda parte)

8) La nada en todas sus formas de Julián Urman

9) Sesiones de María Molteno

10) Los príncipes de Hernán Vanoli

11) Sin penas ni rencores de Maximiliano Matayoshi

12) La apariencia del delito de Pablo Alí

13) Ellas de Violeta Gorodischer

14) El oreja de Juan Diego Incardona

Las extremidades de la víctima (tercera parte)

15) La secretaria de Gisela Antonuccio

16) Causas simples para crímenes improvisados de Pablo Toledo

17) Sobre sus pasos de Marina Kogan

18) Mamá Rosa de Pablo Pltokin

19) La valiente Irene de Patricia Suárez

20) Volveré de Germán Maggiori

21) Los días que duró el incendio de Federico Falco



15) La secretaria de Gisela Antonuccio

Entre el homenaje y la réplica del procedimiento, éste cuento toma la estructura de Nota al pie de Walsh (se encuentra en Un kilo de oro) pero lo hace explícito, hay una aclaración: “Los personajes y situaciones narrados en este cuento son fruto de la imaginación, y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia; no así la forma en que aquellos decidieron ser narrados(*)” donde el asterisco final lleva a un epígrafe de Nota al pie de Walsh.
Todo esto lleva a pensar en varias cosas:
a. Que es ridículo hablar de que los personajes de la historia son ficcionales cuando la premisa del libro es que serían cuentos basados en casos reales. Hay al menos un personaje que tiene que ser real y creo que es algo que se repite en todos los cuentos (o que al menos, puede pensarse que se repiten en todos los cuentos) y estos son las víctimas. Aventurar hipótesis respecto de quién fue el criminal resulta azaroso en la mayoría de los casos porque sencillamente la justicia nunca lo determinó. Proponer móviles o circunstancias de los crímenes, también resulta terreno fértil para la fantasía creadora. Lo que no se puede inventar es la víctima porque es lo único concreto, lo único que indica indisosiablemente hacia un punto. Lo que podría decirse, apuntala todo el libro. Si la premisa no era escribir policiales sobre casos policiales (que hubiera sido mi opción, pero sólo porque soy fanático del género), entonces el eje vertebrador es: Escribir sobre hechos unidos por la cualidad de haber producido de alguna forma u otra, víctimas.
La secretaria en este caso, no puede decirse que no esté basada en Lourdes Di Natale. La forma en que está narrado el cuento es otra cuestión: repetir el procedimiento de Walsh suena a osadía: primero porque hay dos formas posibles de incurrir sobre un procedimiento tan clásico y unitario (en el sentido de haber sido utilizado por UN autor UNA sola vez): el homenaje o la parodia. El camino del homenaje suena al más dificil y es lo que hace Antonuccio con la ventaja adicional de que le salió bastante bien.
Hay un rasgo más de osadía: Walsh está asociado con una tradición de género policial muy fuerte en la literatura argentina y al mismo tiempo, de una literatura cronística de casos policiales que lo hace parte del género, referencia obligada del mismo. Intentar lo que él hizo es teñirse entonces de la atmósfera del policial y eso, lo agradezco (como fanático del género claro).
Por último queda la pregunta: ¿quién escribió la advertencia del comienzo? ¿La autora? ¿La narradora? ¿La editorial? Una pregunta que ya plantea un principio de enigma y un juego con el lector: vayan, lean el cuento de Walsh y entérense del por qué de la aclaración.
En el sentido estricto del cuento, está bien desarrollado en sus dos partes (aunque la Nota al pie resulta a veces un tanto confusa en el manejo del monólogo interno). Sin dudas la parte principal construye una tensión mejor desarrollada y se juega por salirse de la tangente de algo muy evidente (tanto por la realidad a la que refiere el cuento como al monólogo de la nota al pie): a La secretaria la mataron.
Las últimas dos líneas del cuento le dan un cierre perfecto, redondo, típico de policial negro. Me hizo pensar en algún punto en título de novela de J.H.Chase por la forma en la que hace saltar de forma sutil y prometedora la tensión que en este caso queda irresuelta (¡por suerte!) y deja la sensación inquietante que dejan los cuentos policiales redondeados, donde todas las fichas terminan encajando.

Veredicto: Un prometedor cuento de este último tercio de la antología. Remonta en calidad de escritura, en forma de implementar los procedimientos y en riqueza narrativa.
Se desprende del prejuicio obvio de ver un cuento de Walsh reescrito y termina haciendo algo más que interesante.

16) Causas simples para crímenes improvisados de Pablo Toledo

Sin dudas lo mejor que tiene el cuento de Toledo es la tranquilidad con la que el narrador nos refiere su historia: sin abandonar un pulso calma nos relata la forma en la que conoció a una mujer, cómio se enamoró de ella, cómo ella lo traicionó y cómo él la estranguó, la descuartizó y esparció sus miembros.
Cuento de carniceros, gran oportunidad. Y si bien le falta suciedad al cuento (no hay menciones a la sangre, lo que puede verse quizás como un alivio para los que están un poco saturados del despliegue de vísceras que yo considero un potentísimo recurso para cuentos policiales) el cuento hace de esa carencia su virtud.
Incluso el momento del asesinato está sobrevolado en forma casi poética:

Hice lo único que pude, lo único que supe: aferrarme a ella, sostenerla una última vez, tan cerca que no pudiera irse, tan fuerte que no pudiera quitarme nada, tan firme que sus golpes y sus gritos no bastaran para seprarnos. Hasta que dejó de resistirse y todo terminó.
Precisión. De eso se trata. Las referencias al cuento policial inglés superan el guiño y se meten de lleno en lo que se intenta: homenajear al policial clásico desde un policial negro. Dos mundos incompatibles. Entonces, en esa no-descripción del asesinato se cuela la resolución potente por la tranquilidad (precisa) con la que se la narra:
Los ingleses son mucho más precisos: ripper. Despedazar, arrancar, desgarrar, cualquiera de esas palabras explica mejor las ocho horas en las que separé carne, abrí espacios entre las articulaciones, serruché fibras, tendones y músculos hasta multiplicar, o mejor, dividir el cuerpo en trozos que serían más fáciles de esconder. Envolví las piernas, la cabeza, el torso, y los guardé en la heladera para ganar tiempo. Con un cuchillo arranqué las yemas de los dedos y desfiguré su cara hasta volverla irreconocible. Cuando terminé, amanecía.
La primer parte del relato podría bien estar describiendo la operación de un carnicero y sólo se vuelve truculento cuando habla de yemas de los dedos y cara. La referencia a la palabra inglesa tampoco parece casual: los ingleses y sus detectives clásicos tienen una palabra perfecta para decir descuartizador. Es el momento en que se produce el traslado fundamental de un cuento descriptivo al policial negro (enfocado en la vista del asesino). Algo que siempre estuvo, pero oculto bajo las referencias a Agatha Christie.
No mucho más sucede y el cuento termina con la misma tranquilidad con la que comenzó.

Veredicto: Una interesante vuelta de tuerca al subgénero de descuartizaciones y primera persona del asesino.

17) Sobre sus pasos de Marina Kogan

A nivel personal debo decir que la sola idea de tener que ficcionalizar el Caso Dalmasso me hace recorrer un escalofrío por la espina. ¿Cómo escribir sobre un caso tan reciente, con tanta truculencia y aún no resuelto?
Kogan lo resolvió con recortes: espacios, sujetos, lugares, situaciones. Todos sobrevolados por arriba, como una presencia fantasmal que se deslpaza por tiempo-espacio, se configura la escena del crimen, se presenta a los sospechosos, los involucrados, el entorno social (elemento fundamental de todo policial negro), todo entrecortado por ubicaciones localizables. Todo comineza con el asesino en el momento del crimen y de ahí en más solo se presenta lo que hay alrededor del asesinato. No hay hipótesis sobre el culpable, ni el móvil sino el retrato social de determinada gente.
No se incurre en el morbo fácil de hablar de la forma en que Norita fue sodomizada, pero no deja de estar presente el pote vaselina.
Solo un par de pocas expresiones u oraciones disonantes empañan apenitas un cuento que está bien trabajado:
Ana va hacia la cocina, enciende la luz, toma el hueso de juguete y lo llama. Julius corre hacia ella y después de jugar unos segundos, Ana lo saca al jardín por la puerta trasera.”
“…recuerda y maldice la fiesta.”
El final es de una laconía estremecedora: describe con mejor pulso y mayor habilidad el contexto social que intenta describir que en otros momentos como con el lugar común de mostrar el maltrato a una mucama.

Veredicto: Un cuento bien llevado, interesante, con buen pulso, que maneja la temporalidad de buena forma, que de a ratos parece un poco temeroso de acelerar en algunas situaciones.

18) Mamá Rosa de Pablo Pltokin

Otro de los grandes cuentos de la antología. Y otro caso dificil de ficcionalizar.
Los que no conocen el cuento Una rosa para Emily de William Faulkner les recomiendo que lo lean ya mismo (acá pueden hacerlo) y los que lo conocen sabrán lo dificil que signfica la posibilidad siquiera de reescribir ese magistral cuento en donde se mezcla amor con violencia, mugre, muerte, necrofilia y quién sabe qué otras parafilias horribles.
El cuento está lleno de una dureza seca, filosa y comprometida que se impone con la violencia de las palabras en el lugar justo. Las asociaciones y la configuración de una pobreza que trasciende su justificativo de “es pobre, es ignorante” para pasar a describir situaciones sencillamente enfermizas y relacionadas con cierto regodeo con la muerte y la podredumbre:
Cerró los ojos y trató de evocar el tufito que largaba la brocha de afeitar de su padre muerto. Cada vez que iba a mear, no podía evitar la arcada y el placer secreto de olisquear esos pelos resecos, que hacía tiempo habían dejado de oler a su padre para heder a coronilla de preso, a polvo de tumba.
Ya en este párrafo casi inicial se configura un mundo de violentación de lo natural, de profanación de la muerte con una serie de asociaciones y palabras clave que imponen toda la fuerza semántica que connotan: tumba, polvo, oler a su padre, arcada y placer, tufito, muerto, etc.
A partir de ahí y en una descripción bastante minuciosa y seca, sin compasión de la vida, la muerte, los abortos, el sexo como algo sucio, se desarrolla el cuento que se va llenando de la suciedad no sólo de las palabras y la situaciones sino de la forma en que se narra: con cortes e incisiones que llevan el relato de presente a pasado, de pasado a presente.
Algunos sintagmas disparan metáforas y asociaciones perfectas y terriblemente seductoras en su violencia: la escena de la violación
Antes de que pudiera entender qué había que hacer, el bicho se le metió adentro con un chasquido de hìmen que le ardió en las tripas. Era para vomitar ahí nomás, pero el bombeo duró poco. El hombre escupió el pegote y le ordenó que se lavara en el arroyito que corría entre las piedras, la basura desperdigada y el paredón perimetral.
las descripciones de la humillación, los abortos, el sexo como algo sucio (con una gran imagen en: “empuñó el sexo de Basilico y comenzó a chuparlo hasta que le explotó en la boca como una plasticola….)
El narrador se hace eco de la violencia en el cuerpo de sus personajes y le pone palabras bajas a esa violencia pero no empuja a la compasión.
Finalmente el cuerpo momificado, las cuencas de los ojos abiertas (nueva parafilia) y la podredumbre que se fue incubando a lo largo del relato, toda condensada en ese cuerpo reseco.

Veredicto: Por la habilidad con la que está escrito, la formulación de la violencia física, sexual, la descripción directa de las perversiones y lo excesivamente explícito, el cuento reescribe un cuento clásico de Faulkner y se convierte en uno de los mejores cuentos de la antología.

19) La valiente Irene de Patricia Suárez

Hay una respiración entrecortada en el cuento de Suárez que se nota en:

a. Las oraciones cortas.
b. La forma de una comunicación también entrecortada: la comunicación con los muertos o los objetos que los muertos tocaron, la comunicación extrasensorial.
La narradora usa las oraciones, Betty, usa la comunicación extrasensorial y en conjunto le dan una unidad temática y formal redonda.
El caso de la desaparición de una médica sirve de excusa para tratar temas de videntes, vidas pasadas y futuras, internas policiales y el sistema de manicomios en la argentina.
Nuevamente el tópico de los ojos arrancados (como en el cuento anterior) y no puedo dejar de pensar en este momento que en El corazón delator de Poe, el tipo mataba porque el ojo le molestaba. Había algo en ese ojo. “Su dinero no me interesaba. Creo que fue su ojo. ¡Sí eso fue!” (dice el cuento de Poe y funda el policial negro y la novela decimonónica clásica: funda Crimen y castigo de Dostoievsky).
La historia de la vida de la médica desaparecida se pone en paralelo con la investigación y con la intervención de Betty. Dos mujeres: una valiente (y muerta) y la otra Betty. Como Betty Short: la Dalia Negra. Asociación libre, ok, pero posible. Si el cuento está desmembrado por los cortes que le imponen una puntuación de oraciones cortas, muchos silencios y pocas certezas podemos decir que lo está como el cuerpo de Elizabeth “Betty” Short, La Dalia Negra (no vean la película, lean el libro que es superior) cuyo crimen, como el de la doctora desaparecida, nunca fue resuelto pese a las miles de investigaciones y recursos que en él se invirtieron. No hay certezas, hay cortes, hay miembros viscerados, hay corrupción institucional, hay un cadaver que nunca apareció. El detective privado (en este caso la vidente) humilla al policía. Un caso típico de Philip Marlowe.

Veredicto: Potente cuento que gana en la respiración entrecortada de la oración corta y muchos puntos y cortes. Inteligente interacción entre contenido y forma.

20) Volveré de Germán Maggiori

Una idea interesante, una vuelta de tuerca bizarra (houellebecquiana diría) a un caso renombrado que queda en las quisquillosidades de un narrador mañoso. Lamento, súplica, relato de las atrocidades a las que se ve sometido un personaje ficcional, el abuso de la descripción de las afecciones respiratorias, laborales y la torpeza por estupidez (la escena en que pinta los yesos de las manos para llevárselas es absolutamente inverosímil para el cuento y pareciera denunciar que fue colocada por una necesidad de la continuidad narrativa que tenía en mente el autor).
Es una lástima porque como decía, de no haberse detenido tanto en el lamento y la delimitación de un personaje patético, llevando más allá la descripción de la organización que planificó el robo de las manos de Perón y pretende su regreso (tema que da para las más disparatadas posibilidades) el cuento habría podido ganar muchísimo más vuelo.
El manejo del vocabulario técnico muestra conocimiento y genera verosimilitud.
Una temporalidad borrosa (un presunto futuro con referencias al presente en las revistas deportivas) termina de dar el marco.

Veredicto: Una buena posibilidad que creo, podría haber sido muchísimo mejor explotada de no haberse detenido en la configuración de una cosmogonía poco desarrollada, basada en la descripción de personajes perfectamente reconocibles en el presente sin necesidad de que sean vueltos a describir.
La idea da para mínimo, una nouvelle y se queda en un cuentito que es poco más que una buena idea.

21) Los días que duró el incendio de Federico Falco

Sin lugar a dudas el cuento más original, perfecto, cerrado y esplendoroso de la antología. Lo que hizo Falco es una indecencia, una provocación, un acto de absoluta literatura y en ese sentido se gana los aplausos del público.
El caso del Violador serial de Córdoba en forma de musical alla Pepito Cibrián regala momentos de trágica risa: el lector se ríe con las rimas acertadas y divertidas respecto de un caso terrible.
El cuento es efectivo también al estereotipar en el corset de personajes caricaturezcos (me pregunto si hay otra forma de hacer Comedia musical que no sea generando estereotipos) de personajes que en la vida real uno se imagina como estereotipos de corrupción, desidia y estupidez. De hecho, la nota final de Falco en la que aclara que un diálogo fue tomado casi textual de una investigación periodística, confirma esta idea:

Vecino (Canta):
Que se las culió, seguro, porque era fachero
¿Pero por qué las va a andar violando?
Para mí que las minas quisieron,
y después volvieron dudando.
Como sospechaban, a los maridos dijeron
que él las había estado tocando.

Descomunal.
Me cuesta analizar un cuento así porque me siento tentado a la risa, al disfrute, al goce, a dejarme llevar por la música que intento imaginar.
Y lo voy a hacer, por ser el último, por esta vez acá dejo y me sumerjo en el placer de la literatura.

Veredicto: Sin lugar a dudas, uno de los mejores cuentos de la antología. Un más que interesante final para el libro.

23 de noviembre de 2007

Reseñas de In Fraganti (segunda parte)


Continúo mi labor reseñista. Acá va la segunda parte de las reseñas:

La cabeza de la víctima (primera parte)

1) Ángel de la guarda de Mariana Enriquez

2) Matador de Leonardo Oyola

3) Mata a tu Dios de Romina Doval

4) Fuego chino de Juan Terranova

5) La puerta de bronce de Ana Cecchi

6) Sesenta kilos de Alejandro Parisi

7) Nadie habla de Diego Erlan

El torso de la víctima (segunda parte)

8) La nada en todas sus formas de Julián Urman

9) Sesiones de María Molteno

10) Los príncipes de Hernán Vanoli

11) Sin penas ni rencores de Maximiliano Matayoshi

12) La apariencia del delito de Pablo Alí

13) Ellas de Violeta Gorodischer

14) El oreja de Juan Diego Incardona





8) La nada en todas sus formas de Julián Urman

Definitivamente el registro de loco místico le calza a la perfección a Urman en un relato en 1era persona. El discurso de mística berreta gana algunos puntos altos a lo largo del texto y se diluye en eso: mera enumeración de frases enroscadas recubiertas de una rica cubierta de palabras que invocan a la divinidad. Tan ricas como el baño de chocolate.
El problema es que no de conocerse previamente el caso Conzi, el cuento queda como una enumeración medio incoherente de palabras mechadas por la fuerza del sintagma y no mucho más.
Respecto del aspecto “policial” también está casi ausente, sólo representado por algunas vagas referencias a balas, persecusión en el auto y luego de nuevo: más referencias imposibles para el que no conozca los mínimos detalles del caso. Precisamente en esa construcción de una primera persona alucinada es donde se pierde la capacidad narrativa, descriptiva de un cuento como éste. Eso sin contar que la idea de justificar desde el cuento la presunta “locura mística” del personaje Conzi parece una construcción que calza perfecta a la estrategia de la defensa del imputado. Y si bien no vamos a hablar de reflejo, sí hay en la refracción de la realidad en el cuento un factor a tener en cuenta. El autor eligió considerar a Conzi un loco y esa elección está presente en la narración.

Veredicto: No puedo considerarme adepto de la narrativa de Urman (su novela Ravonne no me gustó), aunque le reconozco cierta pericia a la hora de manejarse con los mecanismos de la construcción del texto. Quizás porque sus textos contienen algo de hermético me desagradan (soy cultor de lo directo), pero sería injusto no reconocer que trabaja bien.

9)Sesiones de María Molteno

Otro cuento en 1era persona que plantea el monólogo de una paciente a su terapeuta. Lo que en un principio se torna interesante con un buen manejo del suspenso y la resolución de pequeños enigmas planteados en las primeras páginas, luego comienza a tornarse un poco previsible, evidente y hasta puede llegar a resultar obvio. La inclusión de una subhistoria familiar que contrasta con la densa historia familiar principal es un recurso un poco obvio, pero no objetable en sí mismo como procedimiento. El caso policial está en la reconstrucción del recuerdo y en los pequeños detalles que marcan la relación familiar, etc. Nuevamente hay ausencia del hecho concreto aunque hay una especie de recreación del mismo en una pesadilla de la narradora.
El final resulta un tanto trillado por la necesidad de cerrar la subhistoria familiar que venía desarrollando en segundo plano.

Veredicto: Un cuento correcto, cumple con lo que se le pide y no mucho más.


10) Los príncipes de Hernán Vanoli

El comienzo del cuento plantea algunos interrogantes bien manejados respecto del género del narrador que son resueltos más adelante en la trama. Es un recurso interesante: descoloca e incomoda al lector.
En sí mismo, todo el cuento resulta un cuento “incómodo” en el sentido que recoge sus materiales de un fondo muy bajo, con mucha basura social (prostitutas, travestis, aristócratas perversos y cocainómanos, familias disgregadas, cafishos, transformistas, etc.) que además es explotada con una serie de situaciones perversas que rayan con la locura: videos de entierros como regalo, fantasmas que piden venganza a la Hamlet, alucinaciones, sometimientos sexuales, afectivos, emocionales, etc.
La trama entrecruza un crimen pasado con la concreción de nuevos crímenes de venganza, charcos de sangre, infartos y personajes decrépitos en todo sentido. Lo que termina siendo una gran configuración de un microcosmos narrativo exhuberante que a veces desborda en incomodidad al lector y a veces desborda en la posibilidad de seguir la trama (empastada además por los párrafos enormes sin recortes que se suceden uno tras otro).

Veredicto: Sin dudas otro de los grandes cuentos de la antología. La construcción es original y hay un muy buen manejo de subtramas (hubiera estado interesante un poco más de claridad explicativa, bajarle un cambio a la velocidad del relato) que se entrelazan en forma desbordada.

11) Sin penas ni rencores de Maximiliano Matyoshi

Nuevamente nos encontramos con un caso de crónica periodística pero que al no haber tenido hechos de sangre, pierde efectividad como relato policial.
Dice Link respecto del género:

El policial desdeña, incluso, los delitos más o menos frecuentes: el asalto a un supermercado o el robo de un electrodoméstico, la cartera arrebatada en plena calle. El mundo del policial es el mundo de la muerte sórdidamente estetizada (y autonomizada).

(Link, Cómo se lee y otras intervenciones críticas, p. 107)
En este caso, si tomamos el hecho de que hablamos del fockin´ Robo del Siglo podría haber habido una oportunidad de explorar la gestación en profundidad del robo o el momento exacto en el que se hizo, detalle a detalle cómo fue. Sin embargo, precisamente ese momento está elidido. El narrador se contenta con hacer una historia costumbrista de su vida pre y post robo.
Pareciera ser que el problema de este tipo de cuento policial sin policial es que no retratan tensiones, intentan ser policiales negros pero no tienen un trasfondo de derrumbe social refractado, no tienen suficiente fuerza como para generar en el lector empatía con el criminal ni con el detective freelance.
Estructurada en dos espacios (el mundo del crimen y el mundo familiar) el relato parece tener más peso costumbrista en el segundo de esos mundos (“En pocos minutos, la bandeja estaba vacía, salvo por una porción de estofado.”) que en el primero. Hay una caracterización de ese espacio familiar mejor hecha. Aunque sigo insistiendo: un cuento policial noir sin caso policial que relatar se convierte en algo un tanto extraño y aburrido.
Sumado a eso, hay algunos construcciones sintácticas extrañas o engorrosas (“Gordo, dijo Carlos, el único al que le dejaba llamarme así”), problemillas gramaticales, abuso de posesivos (“Los cordones de su delantal que caían desde la cintura se balanceaban justo donde comenzaban sus piernas”) y cierta insistencia con lugares comunes que fastidian la lectura (“Le pasó la lista al Uruguayo que respondió a los pocos segundos).

Veredicto:
Queda demostrado una vez más en esta antología, la dificultad de construir cuentos policiales sobre la base de casos que dan para la crónica periodística antes que para el viejo y querido género policial.

12) La apariencia del delito de Pablo Alí

El “Club de los Caballeros de la Media Noche” era la organización criminal (de adolescentes punk diríamos hoy en día) que integraba Silvio Astier junto con otros delincuentes menores en El juguete rabioso de Arlt.
El “Club de los Caballeros de la Noche” en cambio, se supone que fue un grupo de delincuentes de guante blanco que idearon profanar un cadáver aristocrático a cambio de una compensación económica de la familia del cadaver profanado. Sobre la base de este caso (interesante por lo curioso y lo morboso) está construído el cuento de Alí que se detiene, nuevamente, en la configuración del crimen, la forma en que se planifica, que tiene una breve descripción del crimen concreto (una escena que podría haberse explotado muchísimo más) y luego las minucias resultantes del pedido de rescate, el cobro del mismo, la persecusión policial y el destino de los involucrados.
Quizás en esa referencia a Arlt está lo interesante del cuento en la delimitación de unos personajes aristócratas y algo bizarros, que conforman un grupo conspirativo tan ridículo y dispar como Los siete locos y tan patéticos y poco productivos como el mencionado club de estafadores de baja monta que conforman los del club mencionado.
Intercalando fragmentos de un viejo artículo periodístico de la revista Todo es Historia que ya se había encargado de relatar el crimen, el texto quizás tenga su rasgo de originalidad en cuanto a construcción en esos empalmes que hacen pensar en mecanismos de vanguardia asimilados y adormecidos (Burroughs ya lo hizo hace tiempo).
Las primeras páginas que dedica el narrador a situar en época su relato parecen idénticas a otras páginas de otros cuentos del libro en los que la necesidad de situar al personaje en su contexto y su momento histórico se llevan los momentos más extensos y sosos de la narración, con un exceso explicativo que sin dudas no aporta nada bueno ni original.
Entonces, la pequeña pizca de mínima originalidad distintiva está en el empleo del procedimiento que le permite diferenciarse de la repetición de la mayoría de las voces que se pierden en una antología como la presente que hace difícil distinguir autores entre tanta repetición de fórmulas y prosas automáticas, más cercanas a la crónica periodística que al “cuento” policial.

Veredicto: Un cuento más que integra la serie. Sin rasgos que destacar a excepción de un intento leve de introducir originalidad al mecanismo productivo del texto. El caso policial ficcionalizado resulta atractivo pero queda poco explotado en sus costados más gancheros como podría haber sido la descripción del cadáver putrefacto y la escena del cementerio.

13) Ellas de Violeta Gorodischer

Un nuevo cuento que construye la escena previa al crimen, la justificación, el móvil y la configuración de un escenario previo y posterior al delito.
Lo que se pierde con este tipo de cuentos es la posibilidad de explotar la carnalidad del policial negro: la violencia física desencadenada.
El caso Barreda sin dudas es un caso interesante que permitiría un despliegue narrativo de sangre y tripas desparramadas por todos lados, mucha tensión y muchos fluidos desperdigándose. Y si bien los fluidos (sangre, semen, transpiración, saliva) llenan un texto literario, le dan un peso importante, bien distribuidos y bien expuestos pueden darle la viga de apoyo que necesita el relato para no desmoronarse en una sucesión intrascendente de acontecimientos sin un conflicto duro en el centro.
El cuento de Gorodischer tiene en particular una escena que condensa la tensión y la convierte en metonimia: “El agua con las verduras comienza a hervir, la carne se cuece a fuego lento.” Condensada en esa oración, la tensión de un cuento que trata precisamente sobre la construcción de la tensión que termina en crimen: las humillaciones, las bajezas y los insultos (interesante registro de la oralidad puesta al servicio del insulto) que justificarían de alguna manera el crimen.
El riesgo de este tipo de cuentos en 3era persona pero enfocados en un personaje que hará algo “malo” es el que tenía otro cuento como el de Urman: justificar o darle herramientas al personaje para que justifique su accionar cuando lo que interesa en definitiva es lo que hace. No podemos tener un criminal moralmente ambiguo, cuanto menos información se nos de del mismo, más fuerte es la explosión. Y sin embargo el cuento no explota, obviamente, porque no hay descripción de la escena del crimen en el presente: sólo el recuerdo de lo que sucedió y las visiones de una vidente. Por otro lado está bien manejado y planteada la idea de una liberación sexual de esa tensión y está bien puesto el foco sobre ese aspecto. La descripción del sexo post-crimen es uno de los puntos fuertes del cuento (en especial en la descripción de la amante desbocada con sus tetas en subibaja al ritmo del coito).
Ciertos giros lingüísticos u oraciones le restan potencia:
Hoy va a encontrarse con su amante en la Ruta 11. Es un acuerdo.”
“Al ver que el piso encerado resplandece, siente un secreto orgullo.”
“Vuelve a mirar la escopeta: no escuchará el apodo nunca más.”
etc.

Veredicto: Otra oportunidad desperdiciada para hacer la descripción de una buena escena dantesca que liquidara en una gran explosión de sangre la tensión que se acumula en el texto a partir de la descripción en cámara lenta de la situación y el entorno del personaje. Aún así, la conclusión que contrasta la violencia y la paciencia fría del asesino con el sexo desbocado de su amante es un buen punto de fuga para esa tensión.

14) El oreja de Juan Diego Incardona

Con un caso tan conocido y del que se han escrito tantos libros como es el de El Petiso Orejudo, la opción de Incardona por crear una ficción a partir de los años de cárcel del personaje parece ser una elegante e inteligente forma de abordarlo.
El énfasis claramente puesto en la descripción de los lugares, los momentos y las situaciones configuran un espacio narrativo muy bien descrito e imaginable: la prisión del Fin del Mundo como especie de castillo gótico donde se desarrollan novelas de aventuras. Es que precisamente eso parece ser el cuento: una pequeña aventura, con un narrador en primera para describir al personaje Oreja, que se permite ir dosificando las descripciones enfocándose precisamente en los sentidos: olfato, vista, tacto, oído. La configuración del espacio de la cárcel y del espacio de la privación de la libertad son algunos de los puntos destacables del cuento que se complementan con algunas descripciones explícitas acerca de los crímenes del famoso criminal deforme.
Haciendo buen uso del espíritu de época no faltan las descripciones lombrosianas (“Era tal cual lo retrataban: un pequeño monstruo, bajo, cabeza chiquita, cejas gruesas, un par de orejas gigantes que le daban apariencia de duende, y una mirada perdida e idiota, como la de un pez”) y las intervenciones de esa teoría.
Hay algunos momentos de aventura en sí misma (el intento de fuga) que le dan a los días perdidos de la vida del Petiso Orejudo en prisión una ficción posible y se nota una buena investigación respecto de las características del lugar, el entorno y la época.
La violencia física directa está diferida (aunque el escenario planteado en la muerte de los gatos es bastante explícita) pero no por eso deja de estar presente, lo que le agrega una cuota de violencia necesaria para describir al personaje.
Es interesante como lo que está ficcionalizado no es solo el Oreja en sí mismo sino la vida en esa cárcel tan particular. Una melancolía tiñe el cuento y adquiere su nivel más alto (en el que mezcla melancolía con brutalidad banal de los hechos, violencia y hasta diría kistch) en la escena de la mujer del alcaide del penal usando el fémur del cadáver del Oreja como pisapapeles. Esa escena condensa toda la densidad del cuento: la descripción de la vida carcelaria injusta y cruel significada en la burocracia de los papeles, el gótico en el fémur usado como herramienta de vida cotidiana y morbosa, la violencia del cuerpo disgregado y lo táctil por parte de los sentidos en la imagen del hueso blanco, pulido y poroso sosteniendo con su peso esos papeles.

Veredicto: Sin dudas uno de los cuentos mejor trabajados a nivel formal de todo el libro. Hay un cuidado bastante puntilloso respecto de las oraciones, las construcciones y la estructuración del relato. El punto de vista elegido resulta original e inédito respecto de otros enfoques abordados en otros cuentos.
La descripción y la apelación a los sentidos está bien llevada a cabo y generan acaso, la apuesta más interesante del cuento.

16 de noviembre de 2007

Reseñas de In fraganti (primera parte)

Esta reseña de In fraganti viene descuartizada

Esta reseña de In fraganti viene descuartizada. Teniendo en cuenta que se me critica bastante seguido la extensión de mis posts, que son 21 los cuentos a reseñar y que las obligaciones de todo tipo se interponen entre el placer de la lectura y yo, voy a ir sacando las reseñas a medida que avance en la lectura del libro.
La idea es hacer 3 posts con 7 reseñas cada. Veremos que sucede.

Acá están las primeras (contienen *Spoilers*):

1)Ángel de la guarda de Mariana Enriquez

2) Matador de Leonardo Oyola

3) Mata a tu Dios de Romina Doval

4)Fuego chino de Juan Terranova

5) La puerta de bronce de Ana Cecchi

6) Sesenta kilos de Alejandro Parisi

7) Nadie habla de Diego Erlan



1)Ángel de la guarda de Mariana Enriquez

Los que hemos tenido la suerte de leer las novelas de Enriquez (y hablo de suerte porque su primer novela, Bajar es lo peor es prácticamente inconseguible. La tengo fotocopiada si hay algún interesado) sabemos que el registro lúmpen-gótico le cae perfecto y que lo sabe explotar de forma bastante interesante (en especial vease: Cómo desaparecer completamente, el cuento El alijbe y en especial, ese increíble cuento que está en la antología Una terraza propia y que ahora no recuerdo el nombre).
Ahora, con un caso policial de unas hermanas que mataron a su padre en un supuesto ritual satánico, las posibilidades de escritura parecían ser las ideales para que Enriquez se despachara con un relato muy sórdido y oscuro.
Por suerte no decepciona.
Enriquez construye imágenes horrorosas a partir de la desfiguración de situaciones que podrían ser normales. La narradora adquiere una perspectiva ambigua que juega a dos puntas: por un lado la subjetividad de Marisa, la hermana que desencadena la masacre y por el otro la del testigo que no ve esa otra realidad:

Y detrás del mueble, en la pared, Marisa lo vio. Una figura de mujer gorda, una silueta trazada con carbón, que tenía un clavo hundido a la altura del corazón. Abrió la boca y gritó; don Kiselevsky fue a buscar a su padre, qué pasa, qué pasa, esta chica está muy mal, pobrecita, no puede hacerse la idea de lo de la mamá y Marisa señalaba la pared, pero el polaco no veía nada. Marisa se arañaba, se clavaba las uñas en las mejillas. Ya no era papá: tenía los ojos de plástico del muñeco. Ahí, ahí la mataron, girtaba Marisa, y los párpados rígidos de papá se abrían y se cerraban y le decían hijita es una mancha de humedad, no haya nada no hay nada, pero ese no era papá.
El mecanismo del terror funciona perfectamente: el que tiene la capacidad de ver más allá de la superficie es considerado demente y hasta el mismo lector lo duda. De Lovecraft a esta parte, un mecanismo muy productivo.
En este sentido, el cuento remite también a Lunar Park, la excelente última novela de Bret Easton Ellis: una cotidaneidad invadida por una fuerza siniestra-mística que puede o no ser real, pero que en todo caso, tiene implicancias en la trama, genera movimientos, desencadena acciones.
El padre ojos de muñeco y la explicación sugerida del incesto como causa de la locura funcionan en el mismo plano de lo posible: es posible que sea una demente; es posible que no lo sea. La narradora no da su última palabra.
La escena de la expiación final mezcla erotismo con sangre y por tanto, se convierte en una digna escena de vampirismo.

Veredicto: Un cuento policial que apela al fantástico y lo místico obteniendo buenos resultados. Quizás, apenas en la línea de John Connolly y su policial místico. Un gran comienzo para el libro y un cuento que promete ser de los puntos más altos de la antología.

2) Matador de Leonardo Oyola

El segundo cuento de la antología sube la apuesta y se la banca. De no ser porque hace poco leí un cuento de Paco Ignacio Taibo II (se llama "Las memorias del Bizco" y está en Sólo tu sombra fatal, 2006) que tiene una temática muuuy similar, me hubiera impactado mucho más el cuento del Tigre Oyola. Pero de todos modos, el presente cuento es a su vez muuuy superior al del mexicano.
Hace un tiempo esbozé mi teoría del policial de descuartizamientos como un tipo de escrito policial muy potente que gana muchísimo para el género y que se sustenta en el pánico y el horror de esa posibilidad física inimaginable: la del cuerpo disgregado, la del cuerpo tratado como carne. En ese sentido el cuento arranca con el tópico y concluye con el mismo:
“Yo sólo era carne fresca cuando entré.”
Comienza el cuento y cualquier asociación con El matadero de Echeverría es más que obvia, incluso desde el título.
Como carne fresca, el protagonista experimenta en su cuerpo la vida tumbera. El registro está muy bien manejado y el relato adquiere la aspereza de una creíble vida dura en un penal.
La homosexualidad y las costumbres sexuales de los presos también tiene un repaso que por repetido no deja de generar la atmósfera necesaria para el cuento.
El desencadenamiento de la trama le agrega vértigo en el momento necesario y evita que caiga en un simple relato de costumbres tumberas. La acción se desencadena con violencia y el relato del partido de fútbol final gana la densidad que el relato pide (lo que lo diferencia precisamente del relato de Paco Ignacio Taibo II).

Veredicto: Sin dudas Oyola ha dado muestras sobradas de ser un gran narrador de historias policiales de bajo fondo. Matador no sólo no es la excepción sino que confirma la impresión. Además le agrega una pizca de la gran técnica Ellroy para hacer grandes policiales: violencia muy dura + descuartizamientos + slang tumbero-policial.

3) Mata a tu Dios de Romina Doval

El problema de los chicos que entran al colegio con un arma y matan gente es que hablar de ellos, intentar explicar la locura, intentar entender los por qué e incluso, intentar narrarlos son operaciones extremadamente complejas y casi imposibles diría.
Y en esa imposibilidad es que el lugar común es el lugar fácil. Mata a tu Dios: Kill your god, kill your TV. El tema es Astonishing Panorama of the Endtimes y es parte del viejo repertorio de Marilyn Manson, uno de esos temas que lo hicieron grande, y en particular, un tema que está en Last Tour On Earth, el disco en vivo que sacó posteriormente a su éxito con Antichrist Superstar y Mechanical Animals.
Retomar a Manson como el causante o complemento de chico-mata a sus compañeros de clase es tan naïf como cuando se caracteriza al protagonista por la forma en que se viste:
“Él en cambio, nunca iba a dejar el negro. Negro de Black Metal.”


Me vestí de negro desde los 15 a los 22 años, frecuenté Réquiem y en algún momento de mi vida soñé con exterminar a la humanidad. Soñé con salir a la calle con un rifle y hacer el que según Breton sería el acto surrealista más extremo: disparar al azar a la multitud. Me relacioné con personas que se autoflagelaban, que me propusieron sucidios conjuntos, etc. Nunca, pero NUNCA en todos esos años “oscuros” de mi vida me dije que me vestía de negro por el Black Metal. Es sencillamente inverosímil y no ayuda a la construcción del personaje. Como cuando el protagonista declara que se vistió de rojo porque es un color gótico, el color del diablo.
Es una lástima porque hay algunos otros momentos bastante logrados en la caracterización del personaje: su mutismo, su falta de relaciones, su obsesión con la música y su dificultad para relacionarse.
Las referencias al orgullo por el padre militar muerto son débiles y no aportan lo suficiente para desarrollar el perfil del personaje. La forma en que se relaciona con la chica que gusta de él también queda poco explotada y genera un falso causa-consecuencia. Como si las situaciones se fueran acumulando para justificar la masacre. El problema es que no hay justificación posible ni explicación. Describir el entorno del asesino y su situación hubieran estado bien, pero el problema es la constante recaída en intentos de justificación de la situación.
Hay ciertos tics narrativos que exasperan al lector de Buenos Aires: muchos “allí”, muchos “padre” y “madre” y mucha descripción superflua:
“El desbande de la clase era muy poco como para dejar el arma y que el preceptor viniera corriendo a sacársela. Tenía que hacer algo más impresionante.”
Absolutamente innecesaria. Le quita intensidad dramática a la escena y aclara más de lo que el lector necesita que se le aclare.
Por último, si bien efectivo, Manson no es ni por lejos lo más violento y oscuro que un chico gótico puede llegar a escuchar. Se perdió una buena posibilidad de incluir discursos bajos (el metal industrial) en un cuento de literatura policial “serio”. Una lástima.

Veredicto: A pesar de la suma de inexactitudes y liviandades que llevan el cuento a mecerse en las aguas turbias de la posibilidad de descubrir fácilmente el artificio narrativo (y en especial, la sensación de ver que hubo una aproximación que intentó ser profunda a un tema que el narrador pareciera no manejar en absoluto y que quedó en eso: una aproximación superficial y poco interesante al tema) el cuento se reivindica un poco con el párrafo final que contiene una fuerza poética muy bien planteada y desarrollada, llevando la narración a un delicado equilibrio de paz y catástrofe condensadas en un lápiz escolar oscilando antes de caer.

4) Fuego chino de Juan Terranova

Es extraño leer un cuento policial con escasa aproximación a los lugares comunes del género. De hecho, hace poco en Mendoza escuché un pedazo de conversación que sostenían algunos compañeros: “Policial es toda narración donde hay un crimen” decían unos y otros aseguraban que con eso no bastaba. Que para hablar de policial tenía que haber otro tipo de factores, que en todo caso la descripción de un crimen o un crimen ocurrido en un cuento, no convierte al relato en un exponente del género policial.
Yo me inclinaría más por la segunda opción. Hemos leído miles de novelas donde los protagonistas transan droga o cometen diversas “fechorías” y a nadie se le ocurriría decir que por ejemplo, Delivery de A.Parisi (para tomar una novela que me viene a la mente fácil y que reseñe la semana pasada) sea un policial.
Y sin embargo tenemos Acaso no matan a los caballos de Horace McCoy que es considerada unánimemente como un clásico del género policial y que yo sepa, el crimen es casi secundario a la trama.
Ni hablar de novelas como las de Paul Auster que nunca sabemos bien a qué van. Pero volviendo al cuento de Terranova, su policial en todo caso reinstala el tópico ya abordado por esa gran, GRAN serie de fines de los ´90 que se llamó Millenium y que contó en su elenco con el mismo actor que ahora personifica a Locke en Lost. Es decir, los verdaderos fans de Locke como yo ya éramos fan del tipo de antes.
¿Qué tipo de policial es? Es del tipo en el que el detective/protagonista tiene visiones y ve a través de los ojos del criminal. En Millenium funcionaba muy bien porque las cosas que veía Frank Black eran realmente espeluznantes, pero en un cuento donde lo que se ve es un bidón de nafta quizás se torne un poco cuesta arriba.
El problema de tomar casos policiales en los que no hubo muertos, ni masacres, ni sangre o descuartizamientos es que encontrar un tono de trama justo que atrape y no convertir el relato en un aburrido relato de abogados o cortes o ese tipo de pelotudeces, parece dificil.
Terranova opera con algo que le sale muy bien y es esa tendencia al desparramo de subhistorias que tienen algo de leyenda urbana, algo de chisme de barrio. Sus personajes son típicas personificaciones de porteños cancheros que se juntan en algún bar. Lease si no Una remera con la cara de Stalin, por ejemplo. Ahí hay una aproximación a este tipo de pequeñas historias divertidas que dilatan la resolución de sus cuentos y le dan un tono ameno, campechano si se quiere.
Este cuento no es la excepción y de hecho, el chiste fácil del tatuaje en chino que significa algo distinto de lo que se supone que signifique y la historia de los yakuza entrando a un minimercado chino, anécdotas divertidas, digeribles.
Hay un momento en el relato en el que el narrador denuncia sus propios procedimientos:

“Su hipótesis es que la Argentina está tan lejos de China que acá China es casi una palabra vacía, o más bien flexible, maleable. Cada uno se construye una China a su medida.”


En otras palabras, puede decirse cualquier cosa de China y hacer creer cualquier cosa que venga de allá porque total, como es lejos y conocemos poco de ella, cualquier cosa podría ser posible. “Si Dios no existe, todo está permitido” sabias palabras de Hassan I Sabbah, se aplican a “Si China no es una entidad reconocible por nosotros (en otras palabras, no existe), todo está permitido”. Y digo que denuncia sus propios mecanismos de construcción (y no está mal, es más bien interesante y me parece explica mejor la propia contradicción de Terranova en este párrafo:
Creo que el siglo XX literario empezó en 1889 con Caras y Caretas, y terminó con la revista Caras al final del segundo mandato menemista. ¿Qué fue lo que se perdió en ese trayecto? ¿Qué fue lo que cayó como una consonante inútil de una lengua que se transforma? Fue la Careta sin duda, el artificio. O mejor, la necesidad de exibir ese artificio. La mecánica del arte fue silenciada para ganar credibilidad y verosimilitud.

(El ignornate, Tantalia, Bs.As., 2004, pags.27-28)
lo que me parece contradictorio: si cayó la Careta lo que cayó fue el silenciamiento de los mecanismos productivos. Ahora el Arte es precisamente la exposición del backstage, del lado de atrás, las tramoyas. Todos sabemos que estamos frente a un artificio, lo que queremos es conocer el truco del mago.) porque el cuento apela a ese “China da para cualquier cosa” y nos hace creer en las visiones mágicas-fantásticas del protagonista y en un párrafo realmente desafortunado resuelve la trama en forma mecánica, facilista y un tanto burda:

“Esa noche no durmió. Al otro día visitó un restaurante chino que quedaba enfrente del Parque Centenario. Ahí encontró a un hombre que lo ayudó.”
Palo y a la bolsa.

En esas tres oraciones resuelve el cuento: el chino anónimo que encontró de casualidad y sin motivación interna o externa (¿Por qué el personaje habría de ir a un restaurante chino en un comienzo?) ayuda a resolver el misterio y nos quedamos sin trama, sin cuento, sin policial.

Veredicto: Terranova lo hizo de nuevo. Lo que puede gustar o disgustar a sus seguidores o detractores. En todo caso es cuestión de gustos.

5) La puerta de bronce de Ana Cecchi

Los casos de los que se habló mucho o de los que se conocen demasiados detalles o que fueron reales break points en la sociedad argentina son otro inconveniente ¿Cómo relatar algo que ya ha sido explorado de mil formas, en mil crónicas, con miles de escabrosos detalles y hasta quizás, con alguna reconstrucción de Chiche Gelblung? Con silencio, ¡por supuesto! Con lo elidido, lo no dicho, la elipsis.
En ese sentido el cuento de Cecchi da una acabada muestra de cómo generar el entorno del crimen, como hablar del crimen, como relatar la muerte sin narrar el momento ni la forma en que se produce.
María Soledad Morales ya no es ni fue, en el cuento es “la chica de nombre triste” y es en ese tipo de juego con el campo de asociaciones (semánticas, paradigmáticas, metafóricas) que desarrolla la narradora donde se juega la potencia narrativa del texto.
Desarrollando una trama en donde lo relatado es la relación entre María Soledad y su entregador, las palabras repercuten hondo y causan una frialdad que tiñe de melancolía al relato. Hay en la relación adúltera y prohibida que sostienen los dos personajes y en esa travesura de esconderse de los ojos de los otros una configuración del tono que se va ensombreciendo. Catamarca parece una fotografía en color sepia, de esas que el tiempo gastó y uno casi puede sentir el olor medio dulzón de los árboles y la ronda de mate y la paz pueblerina. Melancolía pura.
La aparición de un personaje siniestro y regidor de los destinos de Catamarca aparece quizás, como demasiada arquetípica y supongo que podría haberse ganado más sin hacer su presencia tan explícita.
A esto se le suman entonces las palabras: cabello y porcelana se repiten en distintos momentos y remiten a una sola posibilidad: muerte. Si el cabello son células muertas y la porcelana, la muñeca de porcelana es la metáfora más usada para hablar de una mujer muerta, entonces el campo asociativo está funcionando y en el demoledor final, donde se vuelve a hablar del cabello en otro sentido, se condensa la furia y el horror del crimen que no se narró.

Veredicto: Sin dudas uno de los relatos mejor escritos, desarrollados y sutilmente construidos de la antología (so far).

6) Sesenta kilos de Alejandro Parisi

Después de Delivery suponemos que los temas que involucran merca y protagonistas junkies son de los preferidos por Parisi. Un gran narrador, un notable estilista… no en este cuento.
Si el cuento de Cecchi era una preciosa ingeniera de sutilezas, silencios, melancolía y situaciones no dichas, el cuento de Parisi peca de excesivo, empalagosa, pastoso, pesado y excesivamente explícito. Y lo digo realmente apenado, me gustaría leer algo mejor de él.
Por empezar contamos con un exceso de explicaciones. Algo que NUNCA es bueno. El lector quiere sorprenderse (y más todavía en un cuento policial) y no que le cuenten hasta el último detalle (algo de lo que pecaba también Doval). Todo el primer párrafo es excesivo y el cuento no perdería nada con su poda, pero se vuelve francamente insoportable por lo explícito en el siguiente momento:
Los contactos de su padre promovieron cada uno de sus ascensos, y, en apenas tres años, se había convertido en un personaje importante de la compañía: viajaba una vez por mes a Madrid, trataba con clientes renombrados y tenía contactos que le permitían moverse con liobertad por aeropuertosargentinos y españoles.

A ver… ¡NO ME INTERESA LA BIOGRAFÍA DE UN PERSONAJE al estilo novela decimonónica! Y creo que a la mayoría de los lectores haría bien no interesarles neither. Al menos si quisiera leer eso leo una real novela del Siglo XIX.
Otro momento absolutamente innecesario, excesivo y por tanto soso, aburrido y pesado: Escena post-coito con una azafata
“Sólo entonces recordó que no le había hecho las preguntas de rigor. Siempre que se acostaba con una mujer, le preguntaba su peso y su altura para calcular si las medidas se compensaban más allá de lo atractiva que pudiera resultar a la vista. A la mayoría le molestaba su pregunta, pero esta vez ella respondió con demasiada soltura:”

Ese párrafo es una molestia, un exceso que relentiza la narración sin motivo alguno! Directo a los bifes querido: ¡¿Cuánto pesás?! ¡¿Cuánto medís?! Y ¡¿Cuánto te miden las tetas y el culo?!
Otros momentos de explicación innecesaria (son momentos que exasperan porque ponen en evidencia que o el autor no está seguro de lo que está escribiendo y considera necesario dar demasiadas explicaciones o considera que el lector es medio infradotado y no tiene capacidad mental como para sacar sus propias conclusiones:
Ella se vistió con la camisa de Walter y recibió la bandeja con las dos tazas, mientras él se dirigía al baño con su teléfono celular para que en el aeropuerto todo iba bien.

Walter siguió su camino sin responder. Si no tenía tiempor para ir al baño, menos para contestar preguntas estúpidas.
El problema de esto es que o no lo decís (porque queda mal, como ahí) o lo decís pero bien, sin dar explicaciones redundantes o directamente con el tipo reaccionando de forma exagerada. Si la “menta a la madre que la parió” nos ahorramos el suplicio de una escena explicada y ganamos en fuerza narrativa.
Pero no sólo en esto cae el cuento sino también en recurrentes españolismos que de tan recurrentes se vuelven inaguantables, que tiene su cumbre en el siguiente párrafo:
Lo único que debía hcer era sacar las malditas valijas de la cinta y salir del aeropuerto con la misma tranquilidad con la que entraba y salía.
Sin contar con la profusión de adverbios terminados en –mente (que asco), las formas verbales sin conjugar que pueblan el texto y los lugares comunes como el personaje llevándose la mano a la frente:
”Walter se llevó la mano a la frente como si acabara de recordar algo.” Terrible.

Veredicto: lamentablemente creo que estamos ante un cuento muy poco trabajado. Parece una primera versión de un texto que no pasó todavía por otras lecturas, un texto que en taller literario sería muy marcado en sus varias falencias. Una lástima viniendo de un narrador que ha probado poder construir una verdadera y potente voz propia.

7) Nadie habla de Diego Erlan

He aquí otro cuento policial que no tiene nada de policial. En realidad el cuento es un metatexto referido a la posibilidad de escribir el cuento en cuestión y en es sentido es interesante, le impregna un sentido diferente al tono general de libro.
La crónica del fracaso por escribir un cuento policial basado en el caso de El loco de la ruta es la excusa que encuentra Erlan para hacer jugar su alter ego, Prats, en una crónica que sobrevuela ciertos lugares cool de la vida urbana moderna de un joven cool.
Lo que está bueno, como cuento (porque además es simpático, es bastante dinámico y se desliza bien) aunque nada tiene de policial más que la pesquiza y alguna referencia medio perdida, alguna explicación un tanto fantástica al caso del Loco de la ruta.
El narrador trabaja con una sobreabundancia de gestos pop que pueden encontrar algún justificativo en esa vuelta de tuerca metatextual: la construcción de un realismo pop a partir de la repetición de lugares comunes de la misma es casi como la escritura de un cuento sobre la escritura de un cuento. Un loop lleno de referencias o guiños que se dan con naturalidad (no así en el cuento de Doval):
Palahniuk, Ellroy, P.K. Dick, Hunter Thompson y hasta Laiseca del lado de los escritores generacionalmente importantes (me hace pensar a ese cuento de Rejtman: Algunas cosas importantes para mi generación) y Rita Lee, los Beatles, Gal Costa y unos cuantos más en el inventario musical.
Sacando las referencias al crimen y acentuando las escenas de sexo, teníamos un cuento perfecto para En celo.

Veredicto: una apuesta a dar algo diferente que el resto que sale bien parada. Hay algunos momentos bastante emotivos para cualquier snob consumidor de cultura pop y un párrafo entre divertido y superfluo-explicativo acerca de la configuración de clase de la Clase Media. Por lo demás, entretenido.

Las reseñas Continuarán la semana que viene, por el mismo baticanal a la misma batihora...

9 de noviembre de 2007

Libros nuevos

Quisiera agradecer a Diego Grillo Trubba por haberme hecho llegar In fraganti y a Hernán Vanoli por haber hecho lo mismo respecto de la nueva novela tamarisca: La marca del milagro de Damián Terrasa.
Espero que muchos más se sientan invitados a mandarme sus libros ;-)


Respecto de estos que me llegaron, los leeré pronto y serán correspondientemente reseñados.

2 de noviembre de 2007

Literatura barata: Delivery de Alejandro Parisi

El otro día confirmé lo que me había dicho un contrarreformista en la lectura de presentación de Buenos Aires escala 1:1 en el FUNCEB: todavía se consigue la notable primer novela de Alejandro Parisi en la Calle Corrientes.
Más exactamente, lo vi en Librería Libertador (Corrientes 1318) al módico precio de $3. El año pasado yo la pagué cerca de $30.

Aprovechando la ocasión posteo una reseña que escribí hace un tiempo, cuando terminé de leerla y recomiendo encarecidamente que la compren y la lean.

Sexo, drogas, individualismo y champagne

Reseña de Delivery de Alejandro Parisi

Si hay una literatura argentina contemporánea, en ese espacio entra perfectamente Alejandro Parisi, cuya primer novela, Delivery cumple con una serie de rasgos características que le permiten la entrada a la serie.
Escrita entre febrero de 1999 y junio de 2000 la novela cumple el primer requisito de insertarse en esa turbia zona que fue de los últimos estertores menemistas a la aparición de la gran esperanza blanca de la Clase Media: la Alianza y De la Rúa. Se queda sin embargo antes de la debacle del 2001, lo que sería quizás, otro de los requisitos para entrar genéricamente en esta literatura.
Quizás por eso la narración empieza densa, profundiza su densidad hasta el punto del vislumbre de la inminente catástrofe y cuando está todo cocinado para que la olla a presión estalle, hay un pequeño, leve movimiento de alivio que deja el agua caliente pero sin llegar al estallido.
Ese estallido que finalmente sí sucedería en el caos del 2001.
Hay lugar a una pequeña fuga de esperanza entonces en los párrafos finales y eso alivia la lectura.
El tópico noventoso de la merca es otra presencia textual que ubica el texto en la serie referida.
Cabe pensar en Vivir afuera de Fogwill como gran novela del menemismo y pensar de ahí en adelante una docena de textos con la merca como núcleo narrativo.
No podría dejar de mencionar la similitud de una subtrama de Cómo desaparecer completamente de M. Enriquez, esa otra gran novela del pre-estallido social, y la trama principal de Delivery.
Distribuir merca, es como dice Martín el protagonista, cosa de todos los días y medio de vida.
El desentendimiento respecto de los consumidores de la merca que él distribuye, confirma el delineado del personaje como arquetipo del “Yo no me meto” individualista que la década del ´90 nos regaló.
Los días de Martín son una extensión de fiesta continua en la cual los parámetros de la vida “normal” están enmarcados por las horas que marca el reloj de la videocasetera.
La noche, las discotecas y el sexo casual dan la escenificación de época.
El bling bling lingüístico (un filólogo podría hacerse las delicias con un estudio sobre la recurrencia de la palabra “Joya” en la novela) recupera otra palabra clave, actualmente caída un poco en desuso, que delimita a la juventud de la novela contra el mundo adulto.
Esa tensión entre joven y adulto está desarrollada a partir de la comparación: desmintiendo el mito de que los jóvenes están perdidos, los adultos también lo están.
El padre de Martín, su abuela, su abuelo, la novia de su padre, como la Familia ocultan o no saben responder a las necesidades del joven.
Pero el problema es la Madre de Martín que abandonó a su hijo y a su marido cuando el primero era poco más que un bebé. El lugar de la madre ausente y la necesidad de sustituir ese espacio también motivan a Martín que ve intercalados sus pensamientos y sus anhelos entre recuperar a su madre y recuperar el amor de Romina.
El Tano y los gordos que lo acompañan, es decir, los capos traficantes que usan a Martín de mula, también juguetean con la posibilidad de ocupar el rol de la ausencia del padre y de la madre, pero es un coqueteo que pronto queda desestimado cuando Martín descubre que también pueden cagarlo.
Todos atienden a su juego en el relato y a nadie le importa el otro. Vender porque da guita, coger porque da placer, y tomar merca porque ayuda a olvidar los problemas. Y los demás que se caguen.
El tiempo presente y en primera persona singular de la narración le imprimen un vértigo duro, el vértigo de un pase merca que está expandido en las referencias casi objetivistas a la hora del día como pauta de ubicación espacio temporal, las funciones fisiológicas (comer, coger, ducharse) que junto con el deseo de recuperar a esa mujer (madre-novia casi madre) delimitan los días de Martín. Eso y la merca, claro está y como se ha dicho.
"Jueves. Hoy merca.” (p.125)
No hay prácticamente descripciones, lo que también contribuye a acelerar el ritmo de la narración y además, profundiza en los días iguales y la inexpresividad de apática: “Después cogemos y la paso bien” (p.124) ; “Maira tiene puesto un delantal y el pelo mojado. Me bañé, dice, ¿Te gusta el delantal? Entonces empieza a desabrocharse los botones y veo que abajo del delantal no tiene nada. Hija de puta. Cogemos y después me voy a bañar. Cuando salgo ella ya está vestida.” (p.125).
La velocidad de la prosa también está en la particular forma de discurso referido a la que recurre el narrador: con una puntuación arbitraria, los diálogos son referidos como discurso directo: “Guarda la plata y dice gracias flaquito y no dice nada más” (p.180) donde se mezcla el pensamiento con lo dicho: “Hablamos y a cada rato Vero dice por qué no me querés más o todavía estoy enamorada de vos o boludeces así. Yo miro el techo y pienso en Romi, en la merca y en la guita.” (82)
La mirada de Martín genera el mundo y eso es otro rasgo de la individualidad: el mundo a través de la lente de los ojos de Martín (juego en el que la tapa del libro, que ilustra los manubrios de una bicicleta y la ciudad que pasa alrededor desde una presunta perspectiva de 1era persona) generan una especie de FPS literario: liquidar al otro (amorosamente ; con lo que le vendo ; cagándolo a trompadas ; insultándolo internamente ; chocándole la moto ; insultando a su mujer ; etc.) no es una asunto que le interese al protagonista y tampoco, al lector que necesariamente, por el proceso de lectura mismo, empatiza con el protagonista. Le guste más o menos, lo quiera más o menos como personaje, el lector ve a través de los ojos de Martín y a menos que tire la novela al tacho, mientras la lea quedará sumergido en la subjetividad del narrador.
El narrador que lo llevará por los lugares que quiera y teniendo en cuenta que el narrador es el que genera el mundo, el lector está atrapado en esa necesaria cercanía.
El champagne, las fiestas sexuales con veteranas que quieren vivir su segunda juventud (esa ilusión que nos vendieron los vendedores de espejitos de color 1 a 1), los darkies, los ravers, los ricos y el edificio en Belgrano que queda casualmente ubicado en la calle Once de Septiembre a la altura 1976. Once de Septiembre: aniversario del Golpe de Pinochet. 1976: año del golpe militar de Videla-Massera & Co. Ambos hechos que imprimieron en sangre el neoliberalismo y la liquidación de la Juventud Maravillosa.
El fin de las ilusiones y al carajo: acá tienen lo que quedó. Las ruinas de una vida, las ruinas de una inteligencia consumida por la merca y las ruinas de una juventud que vivía por el otro convertida en una juventud que cuida su propio culito.Lo paradójico es que Once de Septiembre es también, desde un año después de finalizada de escribir la novela, fecha del Derrumbe de las Torres Gemelas: la confirmación del derrumbe de todas las certezas.
El destino no entiende de justicia y la novela de Parisi se consigue a $3 en librerías de la Calle Corrientes.
Es decir, la novela no vendió lo suficiente para los parámetros de una gran editorial como Sudamericana y cayó en saldo.
Pero que es una novela que vale la pena leer (y hacer oidos sordos a los detractores estúpidos de la Literatura Argentina que siempre andan buscando razones para desprestigiar lo que se escribe actualmente) y un autor a tener en cuenta y seguir muy de cerca.