16 de noviembre de 2007

Reseñas de In fraganti (primera parte)

Esta reseña de In fraganti viene descuartizada

Esta reseña de In fraganti viene descuartizada. Teniendo en cuenta que se me critica bastante seguido la extensión de mis posts, que son 21 los cuentos a reseñar y que las obligaciones de todo tipo se interponen entre el placer de la lectura y yo, voy a ir sacando las reseñas a medida que avance en la lectura del libro.
La idea es hacer 3 posts con 7 reseñas cada. Veremos que sucede.

Acá están las primeras (contienen *Spoilers*):

1)Ángel de la guarda de Mariana Enriquez

2) Matador de Leonardo Oyola

3) Mata a tu Dios de Romina Doval

4)Fuego chino de Juan Terranova

5) La puerta de bronce de Ana Cecchi

6) Sesenta kilos de Alejandro Parisi

7) Nadie habla de Diego Erlan



1)Ángel de la guarda de Mariana Enriquez

Los que hemos tenido la suerte de leer las novelas de Enriquez (y hablo de suerte porque su primer novela, Bajar es lo peor es prácticamente inconseguible. La tengo fotocopiada si hay algún interesado) sabemos que el registro lúmpen-gótico le cae perfecto y que lo sabe explotar de forma bastante interesante (en especial vease: Cómo desaparecer completamente, el cuento El alijbe y en especial, ese increíble cuento que está en la antología Una terraza propia y que ahora no recuerdo el nombre).
Ahora, con un caso policial de unas hermanas que mataron a su padre en un supuesto ritual satánico, las posibilidades de escritura parecían ser las ideales para que Enriquez se despachara con un relato muy sórdido y oscuro.
Por suerte no decepciona.
Enriquez construye imágenes horrorosas a partir de la desfiguración de situaciones que podrían ser normales. La narradora adquiere una perspectiva ambigua que juega a dos puntas: por un lado la subjetividad de Marisa, la hermana que desencadena la masacre y por el otro la del testigo que no ve esa otra realidad:

Y detrás del mueble, en la pared, Marisa lo vio. Una figura de mujer gorda, una silueta trazada con carbón, que tenía un clavo hundido a la altura del corazón. Abrió la boca y gritó; don Kiselevsky fue a buscar a su padre, qué pasa, qué pasa, esta chica está muy mal, pobrecita, no puede hacerse la idea de lo de la mamá y Marisa señalaba la pared, pero el polaco no veía nada. Marisa se arañaba, se clavaba las uñas en las mejillas. Ya no era papá: tenía los ojos de plástico del muñeco. Ahí, ahí la mataron, girtaba Marisa, y los párpados rígidos de papá se abrían y se cerraban y le decían hijita es una mancha de humedad, no haya nada no hay nada, pero ese no era papá.
El mecanismo del terror funciona perfectamente: el que tiene la capacidad de ver más allá de la superficie es considerado demente y hasta el mismo lector lo duda. De Lovecraft a esta parte, un mecanismo muy productivo.
En este sentido, el cuento remite también a Lunar Park, la excelente última novela de Bret Easton Ellis: una cotidaneidad invadida por una fuerza siniestra-mística que puede o no ser real, pero que en todo caso, tiene implicancias en la trama, genera movimientos, desencadena acciones.
El padre ojos de muñeco y la explicación sugerida del incesto como causa de la locura funcionan en el mismo plano de lo posible: es posible que sea una demente; es posible que no lo sea. La narradora no da su última palabra.
La escena de la expiación final mezcla erotismo con sangre y por tanto, se convierte en una digna escena de vampirismo.

Veredicto: Un cuento policial que apela al fantástico y lo místico obteniendo buenos resultados. Quizás, apenas en la línea de John Connolly y su policial místico. Un gran comienzo para el libro y un cuento que promete ser de los puntos más altos de la antología.

2) Matador de Leonardo Oyola

El segundo cuento de la antología sube la apuesta y se la banca. De no ser porque hace poco leí un cuento de Paco Ignacio Taibo II (se llama "Las memorias del Bizco" y está en Sólo tu sombra fatal, 2006) que tiene una temática muuuy similar, me hubiera impactado mucho más el cuento del Tigre Oyola. Pero de todos modos, el presente cuento es a su vez muuuy superior al del mexicano.
Hace un tiempo esbozé mi teoría del policial de descuartizamientos como un tipo de escrito policial muy potente que gana muchísimo para el género y que se sustenta en el pánico y el horror de esa posibilidad física inimaginable: la del cuerpo disgregado, la del cuerpo tratado como carne. En ese sentido el cuento arranca con el tópico y concluye con el mismo:
“Yo sólo era carne fresca cuando entré.”
Comienza el cuento y cualquier asociación con El matadero de Echeverría es más que obvia, incluso desde el título.
Como carne fresca, el protagonista experimenta en su cuerpo la vida tumbera. El registro está muy bien manejado y el relato adquiere la aspereza de una creíble vida dura en un penal.
La homosexualidad y las costumbres sexuales de los presos también tiene un repaso que por repetido no deja de generar la atmósfera necesaria para el cuento.
El desencadenamiento de la trama le agrega vértigo en el momento necesario y evita que caiga en un simple relato de costumbres tumberas. La acción se desencadena con violencia y el relato del partido de fútbol final gana la densidad que el relato pide (lo que lo diferencia precisamente del relato de Paco Ignacio Taibo II).

Veredicto: Sin dudas Oyola ha dado muestras sobradas de ser un gran narrador de historias policiales de bajo fondo. Matador no sólo no es la excepción sino que confirma la impresión. Además le agrega una pizca de la gran técnica Ellroy para hacer grandes policiales: violencia muy dura + descuartizamientos + slang tumbero-policial.

3) Mata a tu Dios de Romina Doval

El problema de los chicos que entran al colegio con un arma y matan gente es que hablar de ellos, intentar explicar la locura, intentar entender los por qué e incluso, intentar narrarlos son operaciones extremadamente complejas y casi imposibles diría.
Y en esa imposibilidad es que el lugar común es el lugar fácil. Mata a tu Dios: Kill your god, kill your TV. El tema es Astonishing Panorama of the Endtimes y es parte del viejo repertorio de Marilyn Manson, uno de esos temas que lo hicieron grande, y en particular, un tema que está en Last Tour On Earth, el disco en vivo que sacó posteriormente a su éxito con Antichrist Superstar y Mechanical Animals.
Retomar a Manson como el causante o complemento de chico-mata a sus compañeros de clase es tan naïf como cuando se caracteriza al protagonista por la forma en que se viste:
“Él en cambio, nunca iba a dejar el negro. Negro de Black Metal.”


Me vestí de negro desde los 15 a los 22 años, frecuenté Réquiem y en algún momento de mi vida soñé con exterminar a la humanidad. Soñé con salir a la calle con un rifle y hacer el que según Breton sería el acto surrealista más extremo: disparar al azar a la multitud. Me relacioné con personas que se autoflagelaban, que me propusieron sucidios conjuntos, etc. Nunca, pero NUNCA en todos esos años “oscuros” de mi vida me dije que me vestía de negro por el Black Metal. Es sencillamente inverosímil y no ayuda a la construcción del personaje. Como cuando el protagonista declara que se vistió de rojo porque es un color gótico, el color del diablo.
Es una lástima porque hay algunos otros momentos bastante logrados en la caracterización del personaje: su mutismo, su falta de relaciones, su obsesión con la música y su dificultad para relacionarse.
Las referencias al orgullo por el padre militar muerto son débiles y no aportan lo suficiente para desarrollar el perfil del personaje. La forma en que se relaciona con la chica que gusta de él también queda poco explotada y genera un falso causa-consecuencia. Como si las situaciones se fueran acumulando para justificar la masacre. El problema es que no hay justificación posible ni explicación. Describir el entorno del asesino y su situación hubieran estado bien, pero el problema es la constante recaída en intentos de justificación de la situación.
Hay ciertos tics narrativos que exasperan al lector de Buenos Aires: muchos “allí”, muchos “padre” y “madre” y mucha descripción superflua:
“El desbande de la clase era muy poco como para dejar el arma y que el preceptor viniera corriendo a sacársela. Tenía que hacer algo más impresionante.”
Absolutamente innecesaria. Le quita intensidad dramática a la escena y aclara más de lo que el lector necesita que se le aclare.
Por último, si bien efectivo, Manson no es ni por lejos lo más violento y oscuro que un chico gótico puede llegar a escuchar. Se perdió una buena posibilidad de incluir discursos bajos (el metal industrial) en un cuento de literatura policial “serio”. Una lástima.

Veredicto: A pesar de la suma de inexactitudes y liviandades que llevan el cuento a mecerse en las aguas turbias de la posibilidad de descubrir fácilmente el artificio narrativo (y en especial, la sensación de ver que hubo una aproximación que intentó ser profunda a un tema que el narrador pareciera no manejar en absoluto y que quedó en eso: una aproximación superficial y poco interesante al tema) el cuento se reivindica un poco con el párrafo final que contiene una fuerza poética muy bien planteada y desarrollada, llevando la narración a un delicado equilibrio de paz y catástrofe condensadas en un lápiz escolar oscilando antes de caer.

4) Fuego chino de Juan Terranova

Es extraño leer un cuento policial con escasa aproximación a los lugares comunes del género. De hecho, hace poco en Mendoza escuché un pedazo de conversación que sostenían algunos compañeros: “Policial es toda narración donde hay un crimen” decían unos y otros aseguraban que con eso no bastaba. Que para hablar de policial tenía que haber otro tipo de factores, que en todo caso la descripción de un crimen o un crimen ocurrido en un cuento, no convierte al relato en un exponente del género policial.
Yo me inclinaría más por la segunda opción. Hemos leído miles de novelas donde los protagonistas transan droga o cometen diversas “fechorías” y a nadie se le ocurriría decir que por ejemplo, Delivery de A.Parisi (para tomar una novela que me viene a la mente fácil y que reseñe la semana pasada) sea un policial.
Y sin embargo tenemos Acaso no matan a los caballos de Horace McCoy que es considerada unánimemente como un clásico del género policial y que yo sepa, el crimen es casi secundario a la trama.
Ni hablar de novelas como las de Paul Auster que nunca sabemos bien a qué van. Pero volviendo al cuento de Terranova, su policial en todo caso reinstala el tópico ya abordado por esa gran, GRAN serie de fines de los ´90 que se llamó Millenium y que contó en su elenco con el mismo actor que ahora personifica a Locke en Lost. Es decir, los verdaderos fans de Locke como yo ya éramos fan del tipo de antes.
¿Qué tipo de policial es? Es del tipo en el que el detective/protagonista tiene visiones y ve a través de los ojos del criminal. En Millenium funcionaba muy bien porque las cosas que veía Frank Black eran realmente espeluznantes, pero en un cuento donde lo que se ve es un bidón de nafta quizás se torne un poco cuesta arriba.
El problema de tomar casos policiales en los que no hubo muertos, ni masacres, ni sangre o descuartizamientos es que encontrar un tono de trama justo que atrape y no convertir el relato en un aburrido relato de abogados o cortes o ese tipo de pelotudeces, parece dificil.
Terranova opera con algo que le sale muy bien y es esa tendencia al desparramo de subhistorias que tienen algo de leyenda urbana, algo de chisme de barrio. Sus personajes son típicas personificaciones de porteños cancheros que se juntan en algún bar. Lease si no Una remera con la cara de Stalin, por ejemplo. Ahí hay una aproximación a este tipo de pequeñas historias divertidas que dilatan la resolución de sus cuentos y le dan un tono ameno, campechano si se quiere.
Este cuento no es la excepción y de hecho, el chiste fácil del tatuaje en chino que significa algo distinto de lo que se supone que signifique y la historia de los yakuza entrando a un minimercado chino, anécdotas divertidas, digeribles.
Hay un momento en el relato en el que el narrador denuncia sus propios procedimientos:

“Su hipótesis es que la Argentina está tan lejos de China que acá China es casi una palabra vacía, o más bien flexible, maleable. Cada uno se construye una China a su medida.”


En otras palabras, puede decirse cualquier cosa de China y hacer creer cualquier cosa que venga de allá porque total, como es lejos y conocemos poco de ella, cualquier cosa podría ser posible. “Si Dios no existe, todo está permitido” sabias palabras de Hassan I Sabbah, se aplican a “Si China no es una entidad reconocible por nosotros (en otras palabras, no existe), todo está permitido”. Y digo que denuncia sus propios mecanismos de construcción (y no está mal, es más bien interesante y me parece explica mejor la propia contradicción de Terranova en este párrafo:
Creo que el siglo XX literario empezó en 1889 con Caras y Caretas, y terminó con la revista Caras al final del segundo mandato menemista. ¿Qué fue lo que se perdió en ese trayecto? ¿Qué fue lo que cayó como una consonante inútil de una lengua que se transforma? Fue la Careta sin duda, el artificio. O mejor, la necesidad de exibir ese artificio. La mecánica del arte fue silenciada para ganar credibilidad y verosimilitud.

(El ignornate, Tantalia, Bs.As., 2004, pags.27-28)
lo que me parece contradictorio: si cayó la Careta lo que cayó fue el silenciamiento de los mecanismos productivos. Ahora el Arte es precisamente la exposición del backstage, del lado de atrás, las tramoyas. Todos sabemos que estamos frente a un artificio, lo que queremos es conocer el truco del mago.) porque el cuento apela a ese “China da para cualquier cosa” y nos hace creer en las visiones mágicas-fantásticas del protagonista y en un párrafo realmente desafortunado resuelve la trama en forma mecánica, facilista y un tanto burda:

“Esa noche no durmió. Al otro día visitó un restaurante chino que quedaba enfrente del Parque Centenario. Ahí encontró a un hombre que lo ayudó.”
Palo y a la bolsa.

En esas tres oraciones resuelve el cuento: el chino anónimo que encontró de casualidad y sin motivación interna o externa (¿Por qué el personaje habría de ir a un restaurante chino en un comienzo?) ayuda a resolver el misterio y nos quedamos sin trama, sin cuento, sin policial.

Veredicto: Terranova lo hizo de nuevo. Lo que puede gustar o disgustar a sus seguidores o detractores. En todo caso es cuestión de gustos.

5) La puerta de bronce de Ana Cecchi

Los casos de los que se habló mucho o de los que se conocen demasiados detalles o que fueron reales break points en la sociedad argentina son otro inconveniente ¿Cómo relatar algo que ya ha sido explorado de mil formas, en mil crónicas, con miles de escabrosos detalles y hasta quizás, con alguna reconstrucción de Chiche Gelblung? Con silencio, ¡por supuesto! Con lo elidido, lo no dicho, la elipsis.
En ese sentido el cuento de Cecchi da una acabada muestra de cómo generar el entorno del crimen, como hablar del crimen, como relatar la muerte sin narrar el momento ni la forma en que se produce.
María Soledad Morales ya no es ni fue, en el cuento es “la chica de nombre triste” y es en ese tipo de juego con el campo de asociaciones (semánticas, paradigmáticas, metafóricas) que desarrolla la narradora donde se juega la potencia narrativa del texto.
Desarrollando una trama en donde lo relatado es la relación entre María Soledad y su entregador, las palabras repercuten hondo y causan una frialdad que tiñe de melancolía al relato. Hay en la relación adúltera y prohibida que sostienen los dos personajes y en esa travesura de esconderse de los ojos de los otros una configuración del tono que se va ensombreciendo. Catamarca parece una fotografía en color sepia, de esas que el tiempo gastó y uno casi puede sentir el olor medio dulzón de los árboles y la ronda de mate y la paz pueblerina. Melancolía pura.
La aparición de un personaje siniestro y regidor de los destinos de Catamarca aparece quizás, como demasiada arquetípica y supongo que podría haberse ganado más sin hacer su presencia tan explícita.
A esto se le suman entonces las palabras: cabello y porcelana se repiten en distintos momentos y remiten a una sola posibilidad: muerte. Si el cabello son células muertas y la porcelana, la muñeca de porcelana es la metáfora más usada para hablar de una mujer muerta, entonces el campo asociativo está funcionando y en el demoledor final, donde se vuelve a hablar del cabello en otro sentido, se condensa la furia y el horror del crimen que no se narró.

Veredicto: Sin dudas uno de los relatos mejor escritos, desarrollados y sutilmente construidos de la antología (so far).

6) Sesenta kilos de Alejandro Parisi

Después de Delivery suponemos que los temas que involucran merca y protagonistas junkies son de los preferidos por Parisi. Un gran narrador, un notable estilista… no en este cuento.
Si el cuento de Cecchi era una preciosa ingeniera de sutilezas, silencios, melancolía y situaciones no dichas, el cuento de Parisi peca de excesivo, empalagosa, pastoso, pesado y excesivamente explícito. Y lo digo realmente apenado, me gustaría leer algo mejor de él.
Por empezar contamos con un exceso de explicaciones. Algo que NUNCA es bueno. El lector quiere sorprenderse (y más todavía en un cuento policial) y no que le cuenten hasta el último detalle (algo de lo que pecaba también Doval). Todo el primer párrafo es excesivo y el cuento no perdería nada con su poda, pero se vuelve francamente insoportable por lo explícito en el siguiente momento:
Los contactos de su padre promovieron cada uno de sus ascensos, y, en apenas tres años, se había convertido en un personaje importante de la compañía: viajaba una vez por mes a Madrid, trataba con clientes renombrados y tenía contactos que le permitían moverse con liobertad por aeropuertosargentinos y españoles.

A ver… ¡NO ME INTERESA LA BIOGRAFÍA DE UN PERSONAJE al estilo novela decimonónica! Y creo que a la mayoría de los lectores haría bien no interesarles neither. Al menos si quisiera leer eso leo una real novela del Siglo XIX.
Otro momento absolutamente innecesario, excesivo y por tanto soso, aburrido y pesado: Escena post-coito con una azafata
“Sólo entonces recordó que no le había hecho las preguntas de rigor. Siempre que se acostaba con una mujer, le preguntaba su peso y su altura para calcular si las medidas se compensaban más allá de lo atractiva que pudiera resultar a la vista. A la mayoría le molestaba su pregunta, pero esta vez ella respondió con demasiada soltura:”

Ese párrafo es una molestia, un exceso que relentiza la narración sin motivo alguno! Directo a los bifes querido: ¡¿Cuánto pesás?! ¡¿Cuánto medís?! Y ¡¿Cuánto te miden las tetas y el culo?!
Otros momentos de explicación innecesaria (son momentos que exasperan porque ponen en evidencia que o el autor no está seguro de lo que está escribiendo y considera necesario dar demasiadas explicaciones o considera que el lector es medio infradotado y no tiene capacidad mental como para sacar sus propias conclusiones:
Ella se vistió con la camisa de Walter y recibió la bandeja con las dos tazas, mientras él se dirigía al baño con su teléfono celular para que en el aeropuerto todo iba bien.

Walter siguió su camino sin responder. Si no tenía tiempor para ir al baño, menos para contestar preguntas estúpidas.
El problema de esto es que o no lo decís (porque queda mal, como ahí) o lo decís pero bien, sin dar explicaciones redundantes o directamente con el tipo reaccionando de forma exagerada. Si la “menta a la madre que la parió” nos ahorramos el suplicio de una escena explicada y ganamos en fuerza narrativa.
Pero no sólo en esto cae el cuento sino también en recurrentes españolismos que de tan recurrentes se vuelven inaguantables, que tiene su cumbre en el siguiente párrafo:
Lo único que debía hcer era sacar las malditas valijas de la cinta y salir del aeropuerto con la misma tranquilidad con la que entraba y salía.
Sin contar con la profusión de adverbios terminados en –mente (que asco), las formas verbales sin conjugar que pueblan el texto y los lugares comunes como el personaje llevándose la mano a la frente:
”Walter se llevó la mano a la frente como si acabara de recordar algo.” Terrible.

Veredicto: lamentablemente creo que estamos ante un cuento muy poco trabajado. Parece una primera versión de un texto que no pasó todavía por otras lecturas, un texto que en taller literario sería muy marcado en sus varias falencias. Una lástima viniendo de un narrador que ha probado poder construir una verdadera y potente voz propia.

7) Nadie habla de Diego Erlan

He aquí otro cuento policial que no tiene nada de policial. En realidad el cuento es un metatexto referido a la posibilidad de escribir el cuento en cuestión y en es sentido es interesante, le impregna un sentido diferente al tono general de libro.
La crónica del fracaso por escribir un cuento policial basado en el caso de El loco de la ruta es la excusa que encuentra Erlan para hacer jugar su alter ego, Prats, en una crónica que sobrevuela ciertos lugares cool de la vida urbana moderna de un joven cool.
Lo que está bueno, como cuento (porque además es simpático, es bastante dinámico y se desliza bien) aunque nada tiene de policial más que la pesquiza y alguna referencia medio perdida, alguna explicación un tanto fantástica al caso del Loco de la ruta.
El narrador trabaja con una sobreabundancia de gestos pop que pueden encontrar algún justificativo en esa vuelta de tuerca metatextual: la construcción de un realismo pop a partir de la repetición de lugares comunes de la misma es casi como la escritura de un cuento sobre la escritura de un cuento. Un loop lleno de referencias o guiños que se dan con naturalidad (no así en el cuento de Doval):
Palahniuk, Ellroy, P.K. Dick, Hunter Thompson y hasta Laiseca del lado de los escritores generacionalmente importantes (me hace pensar a ese cuento de Rejtman: Algunas cosas importantes para mi generación) y Rita Lee, los Beatles, Gal Costa y unos cuantos más en el inventario musical.
Sacando las referencias al crimen y acentuando las escenas de sexo, teníamos un cuento perfecto para En celo.

Veredicto: una apuesta a dar algo diferente que el resto que sale bien parada. Hay algunos momentos bastante emotivos para cualquier snob consumidor de cultura pop y un párrafo entre divertido y superfluo-explicativo acerca de la configuración de clase de la Clase Media. Por lo demás, entretenido.

Las reseñas Continuarán la semana que viene, por el mismo baticanal a la misma batihora...

7 comentarios:

C.E dijo...

Me proclamo fanática de Millenium también yo. El pelado Locke se llamaba Peter Watts en la serie de Chris Carter y era un tipo ambiguo, un poco lo mismo que Locke ¿no? Y Frank, bueno, Frank es lo más. Tengo toda la serie en cds, las tres temporadas y cada tanto la vuelvo a ver...en fin, me fui al carajo y no dije nada de las reseñas. Un beso

Anónimo dijo...

Te parece Terranova un gran escritor? Enriquez y Erlan no son periodistas? Seguro que Oyola maneja muy bien la jerga tumbera, si de ahí viene. Se hubiera anotado en Gran Hermano. Pero ni siquiera en eso es original. Y digo yo, no podian buscar a un escritor de Catamarca para escribir sobre Maria Soledad?
Si a Falco le dieron el violador de Cordoba...
Seguro no se consiguen o no son amigos de la triple T Trubba-Tomas-Terranova.

Anónimo dijo...

PD: Por lo menos con Parisi sos honesto. Sera que a el no le tenes que chupar las medias?

ajsoifer dijo...

Millenium fue la serie más inteligente de Chris Carter. De hecho, hay un episodio de los X-Files en el que hacen un crossover con Frank Black y se nota quién es quién y quién patea culos realmente.
Fue realmente una lástima que la hayan terminado a mitad de lo que daba. Encima la muerte de la mujer de Frank y todo eso fue bastante perverso.

Siempre me había quedado con ganas de saber más sobre Peter Watts y me alegra muchísimo que el actor haya tenido la oportunidad de personificar a Locke, creo que es una justa continuación de lo que ya hizo antes.

Anónimo dijo...

Rufián,
en lugar de Doval, yo no hubiera narrado la historia desde el asesino, justamente por esa dificultad que planteás al comienzo. Me parece que era mejor -y más arriesgado- darle vuelo desde una de las víctimas, con el asombro que debe producirte el terror de ser asesinado en la escuela.
De Terranova, me gustó mucho más Me das miedo Lucía que Fuego Chino, aunque creo que hace el mismo juego inteligente de participar sin caer en el relato obvio.
Y el de Parisi, amén de tus críticas atendibles, me gustó mucho, che.

ajsoifer dijo...

Patricio: Coincido con tu crítica al cuento de Doval.
Hace poco intenté un experimento: escribir yo mismo un cuento policial basado en un caso real (uno de hace una semana aprox.) y lo encaré desde la perspectiva del asesino. Pienso colgarlo luego de terminar con mis reseñas y entonces todos podrán criticarme.
Respecto de los cuentos de Terranova, no soy gran fanático de ninguno de los dos, pero sí me gusta cómo escribe él. Me gustó mucho Diario de un escritor argentino.
Parisi, como decía, me decepcionó. Creo que puede escribir mucho mejor.

Chica eléctrica dijo...

casi me asfixio cuando intenté leer el veredicto del cuento de Romina Doval. Una oración con más de 100 palabras. notable.