21 de noviembre de 2008

En el camino

Título: Frío en Alaska
Autor: Matías Capelli
Editor: Eterna Cadencia

Hay un mapa en la tapa y un recorrido posible que se abre en varias ramas rojas, casi como si la tapa del libro fuera una de las famosas escenas de intermedio en Indiana Jones cuando nuestro arqueólogo favorito de toda la vida se desplaza de un lugar a otro.
Y es que este mapa además es un mapa difuso, más parecido a un mapa del T.E.G. 1 que a una cartografía posible. Hay un colectivo, una figura humana, un changuito de supermercado, un tambor y un cartelito que anuncia comida de Rusia, todo dibujado e inserto en ese mapa extraño que no distingue demasiado por regiones pero no se priva de los relieves, el agua y las divisiones que parecen más un entrecosido de parches que límites o fronteras políticas posibles.
Todo esto es relevante porque luego, leemos y lo que leemos es a un personaje referido como Lekman, un nórdico viviendo en Buenos Aires y lo que se nos relatan son sus travesías urbanas, diurnas, nocturnas y soñadoras.
La prosa acompaña, acompasada, en un logrado tono neutro que se permite no sobresaltarse por nada, ser impasible ante lo que sucede, como si nada lo afectara.

Y dobla para el otro lado y cruza como si estuviera solo, como viene cruzando hace meses, sin tener en cuenta los temores de Fernanda, que siempre lo hacría cruzar cuando no venía nadie, y un auto oscuro dobla en la esquina, le pasa por al lado y atropella al changarín.
(p.24)

El narrador no se detendrá en este episodio y el changarín (palabra extraña que hace resonancia con Mandarín y lleva la nacionalidad del cadete atropellado) caído en el piso se levanta y vuelve a trabajar como si nada hubiera ocurrido mientras Lekman se sube al auto que lo atropelló y se lo llevan a un bar oscuro que sería perfecta locación para una novela negra y se sumerge en lo que podría llegar a despuntar como un golpe de trama, un momento de desvío donde finalmente ocurra algo, pero no. No pasa nada y Lekman vuelve.
Las tensiones que teje la trama se diluyen o son débiles: no se las sigue, se las deja desangrar. Lekman se enfrenta a la revisión de las cuentas de su novia de viaje y se encuentra con compras de preservativos casi semanalmente. Se tensiona la cuerda.
Luego se nos refiere que esos preservativos, pueden o no haber sido comprados por ella ya que nos dice, no siempre manda sus propias facturas. Se distensiona la cuerda.
Lo que hay, lo que fluye es precisamente ese hilo o esa cuerda: un camino que se va armando a través de las intervenciones de Lekman que se apropia de los espacios al describirlos. Atravesar el lugar es mencionarlo y eso lo restituye al plano de la referencialidad y la representación.
Lekman es como un ovillo de lana que se va moviendo caprichosamente y cada lugar que toca cobra existencia.

Dejó a su maestro una vez que al llegar a su estudio para la clase lo encontró en calzoncillos, moviéndose de una pared a otra de la habitación, desovillando una bola enorme de lana roja.
(p.16)
Y de a ratos, en este juego de desplazamientos, la nouvelle o novela en relatos, se parece a una aventura gráfica de vieja escuela, donde nuestro protagonista recorría lugares encontrando situaciones y objetos que le servirían para avanzar en la historia. Acá los objetos o sujetos que se presentan están para hacer avanzar la historia pero no hay una necesidad de utilizarlos ni de hablar con ellos, sino una presencia que esconde, como el resto de la narración, lo no dicho. El “principio de incertidumbre” que da título al primer relato podría ser el título del libro. Las cosas están y Lekman interacciona con ellas, como en la aventura gráfica como decía, pero la magia de lo que sucede con esa interacción, la animación o escena que esperábamos ver en la aventura gráfica, acá está elidida.

Llegan hasta un bar en una zona de oficinas. Junto a la puerta del lugar hay una mujer llorando, las manos le cubren la cara. Bajan al subsuelo y se acomodan en los sillones. (…)
Levanta la mano para llamar a la moza, que es la misma mujer que diez minutos antes estaba llorando afuera. Pide un trago.
(p.26)
El segundo relato, Sólo estás sangrando, utiliza el recurso de la narración en 2da persona y recuerda a Jay McInerney tanto por el recurso como por el tipo de trama y tono general de todo el libro. Incluso el cuento implica un desplazamiento más, ahora a Puerto Madero, acaso el sueño yuppie de nuestra sucursal del Los Ángeles glamoroso y mercoso de McInerney.
Los enredos familiares aportan también a este sentido y el cuento termina acercándose bastante al tono entrecruzado del minimalismo (presente en todo el libro en mayor o menor medida) con el Brat Pack norteamericano.
El tercer cuento, L. introduce la variable “ensoñación” que terminará de explotar en el cuarto y último cuento: Frío en Alaska.
En estos últimos cuentos el tono se transforma en una sucesión de hechos que se conectan con una sintaxis de amontonamiento: el relato se encadena como un sueño donde un hecho sucede a otro sin lógica y al mismo tiempo, tienen perfecta lógica dentro del sueño:

Y luego no sabe si llega un amigo de Valeria o es que salen a caminar y se lo encuentran en la vereda, y son tres caminando y fumando por la calle, fumando los trs sin parar un cigarrillo detrás de otro. Llegan a una obra en construcción y Valeria de repente va y se mete en un lote inmenso en el que están construyendo un edifcio torre de lujo y se tira de un andamio hcia el hueco de los cimientos. “¡Se rompió la crisma!”, exclama un obrero, y entonces Lekman se da vuelta asustado buscando al otro, un gordito canoso pero con cara de veinteañero, y lo ve tocando el piano en la vereda, siempre el mismo fragmento cada vez más rápido, más fuerte, sin dejar de fumar. “¡Poco allegreto sin llegar a lacrimoso!”, le grita primero, y luego “¡Fortíssimo! ¡Fortissimo!”, sacudiendo la cabeza.

(p.67)
Y así va. Lekman va. Aunque no sabemos bien a dónde va. Pero lo que vale es el camino.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gran, pero gran libro, de lo mejor que leí en el último tiempo de "debuts literarios"

Drodro dijo...

La verdad que la prosa suena bien, pero, a juzgar por lo que decis, me da la sensación de un libro profundamente contemporáneo, quiero decir, aburrido.