7 de marzo de 2007

Bolivia deconstrucciones


Elsa Drucaroff escribió y mandó por e-mail esta intervención en el Caso Di Nucci (acaso lo más interesante que haya pasado este tórrido verano) pidiendo que se difundiera.
Es largo, pero vale la pena leerlo y discutirlo como sugiere en su mail.

Por mi parte, como le comenté a ella, creo que la indefinición de ciertos intelectuales respecto de apoyar o no a Di Nucci (vease Daniel Link) reside en su dificultad de entender si el tipo es realmente un genio o un simple pelotudo.
Si hizo un trabajo intertextual y con eso pretende generar una nueva forma de hacer literatura exasperando el recurso y el artificio, el tipo sería algo así como un Marcel Duchamp de la Literatura.
Si por el contrario el tipo copió y pegó unas 30 páginas de una novela esperando que nadie se diera cuenta y sabiendo que estaba afanando, entonces es un pelotudo.

Los críticos, los firmantes de la Carta de Puán, ¿no tendrán miedo de convertirse en la gente que recibió y rechazó por no ser arte el mingitorio de Duchamp?.
Creo que acá hay muchos críticos con miedo de perder su aura de prestigio intelectual y por las dudas, ante la duda, recurren al "Toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario".
Así se cubren de la segunda parte del efecto vanguardista: el dejar en ridículo a la retaguardia, a los viejos, a los que tienen que ser superados con el movimiento renovador.
Acá, con tanto pendeviejo la posibilidad de ser ridiculizado por sostener posturas "antiguas" es un terror de muchos críticos que quizás no quieren empezar a contemplar su lento e inevitable declive.

Creo que aceptar que Di Nucci actuó de buena fe y que en el "Construcciones" del título está el guiño para hacernos entender que se trata de una construcción textual es casi como creer en la coartada de los García Belsunce: llegaron y creyeron que María Marta se había caído en la bañera, ignoraron las manchas de sangre que estaban por todo el cuarto porque pensaron que habían sido salpicaduras del golpe en la bañera, pensaron que los 4 o 5 agujeros en la cabeza eran producto del golpe, creyeron que un plomo de bala era un pituto y conmocionados por el shock, lo tiraron al inodoro de buena fe. Luego trucharon un certificado médico e impidieron la entrada de la policía al country para ahorrarse el dolor y limpiaron las pruebas por el mismo motivo.
Sí, se puede creer en que lo hicieron de buena fe y sin saber que había sido asesinada. Pero implica un suspension of disbelief muy grande. Implica tomarse toda la situación como en una novela policial (el crimen sí paga).
Lo mismo pasa con Di Nucci. Creer en su buena fe y en su comportamiento intachable, en el guiño que le hizo a la intelectualidad argentina con su novela implica suspender el descreimiento hasta el punto en que se bordea el límite de la ficción.

Ahora sí, la intervención de Drucaroff.

Qué supone defender un plagio

Reflexiones sobre el caso Di Nucci – Laforet

Por Elsa Drucaroff

Hace varias semanas ya que el jurado del concurso Sudamericana – La Nación revocó el premio a Sergio Di Nucci por su novela Bolivia construcciones. Mientras los jurados y casi todos los escritores consultados sostuvieron que un plagio no podía ser avalado, una parte importante del mundo crítico académico justificó a Di Nucci, apelando a la intertextualidad y a la falta de propiedad privada en la literatura.

El debate debe seguirse, aunque los medios, por motivos que ignoro, parecen no percibir su importancia. Se dieron argumentos que me alarman mucho, y creo que es importante discutirlos. Antes de seguir, digo que varios firmantes de lo que se llamó (tristemente para mi, que también trabajo en Puán), “la carta de Puán”, merecen gran respeto como críticos, y que algunos cuentan además con mi aprecio personal. Si me ocupo de escribir estas líneas no es para realizar ataques personales, tan caros a las pseudos polémicas “de conventillo” que abundan en nuestro ambiente, sino porque confío en que seré escuchada y que, aunque lo que tengo para decir es grave, los implicados sabrán discutirme o cambiar su posición, o conseguir que yo cambie la mía poniendo de buena fe argumento contra argumento.

Por eso quiero invitarlos a una discusión pública sobre esto, reinaugurando de una vez lo que hace años no se practica en la sociedad argentina: el debate de ideas y de políticas. No estoy sola en mi desazón: muchos leemos en los defensores de Di Nucci presupuestos éticos, políticos, éticos, ideológicos, que nos parecen muy graves. Hacia afuera, los lectores que no pertenecen a la academia, gente simplemente interesada en la cultura, mira con estupor y decepción a los defensores del plagio. Algunos me han dicho, comentándome la nota que publicó Veintitrés,[1] que les duele ver en los intelectuales de la Universidad Pública posiciones que se confunden penosamente, por ejemplo, con las que abogados exitosos del menemismo pronunciaban en los noventa. Ni los que defienden a Di Nucci ni yo queremos que se nos puedan achacar cosas tan graves. Más allá del premio en sí y sobre todo más allá de la persona acusada, es preciso discutir esto.

No conocía a Sergio Di Nucci. Me alegré mucho, y lo dije públicamente en las dos columnas sobre libros que tenía entonces, en dos radios, cuando supe que había ganado. Me alegré porque era otro escritor joven que venía a integrar la valiosa generación literaria sobre la cual en este momento estoy escribiendo. Me alegré porque me gustaron sus declaraciones periodísticas. Lo que siguió me llevó a releer Nada de inmediato (la había leído a los 16 años). El resultado fue muy decepcionante.

Mi posición apareció en la revista Veintitrés, demasiado abreviada. Figuraba lo esencial: conociendo las dos novelas y habiendo pensado y escrito la obra del grupo Bajtín, que introduce el concepto de intertextualidad, habiendo escrito yo misma novelas, considero evidente que Bolivia construcciones no utiliza el procedimiento de la intertextualidad en relación a Nada, de Carmen Laforet, sino que la plagia. En el mismo artículo se publicó la posición de quien es, a mi juicio, uno de los grandes críticos de hoy: Jorge Panesi. Firmante de una carta de apoyo al autor de Bolivia…, Panesi afirmaba no solamente que se trataba de intertextualidad, sino que la literatura es toda, necesariamente, robo.

¿Licencia para robar?

“todo aquel que escribe roba, la literatura implica la suspensión de la moral. Esto cambia cuando está la ley de por medio. Y un jurado, un premio y el dinero son las representaciones de la ley en la institución literaria. (…) Creo que el jurado está compuesto por lectores de primera línea. De cualquier modo, cuando leyeron y premiaron Bolivia construcciones por primera vez, leyeron la novela como literatura. Cuando la leyeron por segunda vez, la leyeron desde el punto de vista institucional, desde el punto de vista económico, del qué dirán.”

Para Panesi no es preciso leer a Di Nucci y a Laforet y determinar si hay procedimiento de intertextualidad. Parte del hecho cierto de que el lenguaje no tiene propiedad privada y de que su condición dialógica le es inherente, para llevar esto a una posición extrema (“la literatura es el territorio del robo”), y usa su legitmidad de especialista para dar a los trabajadores de la literatura licencia para robar. Si para el Servicio de Inteligencia Inglés preservar el orden del mundo capitalista justifica dar licencia para matar a los agentes doble 0, para Panesi, preservar el Espacio Santo de la Literatura, justifica dar licencia para el delito.

¿Por qué entonces existen los derechos de autor? ¿Por qué los escritores participan de concursos donde es su figura y su autoría lo que está en juego?¿Por qué la persona que gana acepta ser única protagonista y responsable de una creatividad propia, específica, incluso si agradece a quienes la ayudaron, y sube sola a un escenario, posa sola para fotógrafos, responde entrevistas donde el yo y la figuración del yo son el centro? ¿Por qué al ganador se le da dinero y él acepta recibirlo, y lo dona, si quiere, asumiendo que le pertenece?

El profesor Panesi responde: todas estas preguntas aluden a la vida cotidiana, esa vulgaridad. Pero una cosa es la conducta de los escritores, otra, la de todos los demás trabajadores de la tierra. En nombre de la Sagrada Literatura, los escritores se burlan de la ley, las burdas reglas de la vida son para los giles. O, dicho de otro modo: la vida ignora la refinada y sutil Condición de los especialistas en Literatura. Incluso “lectores de primera línea” se exilian del Reino, obligados a razonar según la propiedad privada y las instituciones sociales y económicas, presos de sus trabajos pagos, preocupados por “qué dirán” todos los demás seres de la tierra. Las leyes humanas no tocan el Reino. ¿Robo? ¡Claro que sí! No me vengan con razonamientos mundanos. Panesi comprende que el jurado haya tenido que actuar como actuó: él está sentado en la Academia, gana su dinero por estar imbuido en la verdad impoluta de la literatura, pero esos pobres señores ganan su dinero por publicar libros o hacer periodismo cultural, por ser jurados de concurso, de modo que están condenados a actuar en la vida, a donde importan las nimiedades. ¿En el jurado que otorgó y revocó el premio participan algunos de los más grandes escritores latinoamericanos vivos del siglo XX? ¿Y con eso, qué? Es Panesi quien comprende la Verdad de la Literatura. Los que, en lugar de participar en el mundo mediocre, vivimos en el arcano y complejísimo universo de la Academia Literaria sabemos que la propiedad privada es una estupidez y aún una canallada, la noción de autor murió con Foucault y desde Bajtín y Derrida todo es intertextual, todo remite a otro signo, etc.

Quiero dejar sentados los presupuestos a mi juicio gravísimos de la argumentación de Jorge Panesi.

El primero es que la superioridad y el aislamiento social es privilegio de los que hacen literatura. Privilegio no sólo legitimado, ¡sino festejado!, como se escucha en el tono condescendiente con que se compadece a los “lectores de primera línea”, obligados a conductas de gente gris.

El segundo es la impunidad. Si cometer el delito de robo es punible en la vida, algo que seguramente Panesi comparte (a menos que no cierre su casa con llave, ni su auto, y se deje robar dinero por cualquiera), en la literatura, no. Panesi usa el concepto teórico de la autonomía de la literatura, que entre otras consecuencias otorga impunidad a lo que el texto ficcional imagina, para trasladarlo a la autonomía de los que escriben literatura. Es cierto que nadie podría acusar a Dostoievski de asesinato, o de apología del delito, por imaginar Crimen y Castigo, pero es obvio que eso no le da derecho a Dostoievski a ser un asesino, ni a instar a algunos humanos, en un texto no ficcional, a liquidar viejas usureras. A la hora de actuar en el mundo, la verdad es dolorosa: los escritores no tenemos coronita.

Si se demuestra que un científico se apropió de un descubrimiento ajeno, la ley lo castiga. Si se demuestra que un arquitecto robó un proyecto, también. Los que ejercen el oficio de la literatura también están sometidos a la ley, no sólo esos pobres jurados que deben codearse con el mundanal ruido. Y tengo una pésima noticia: los académicos también están sometidos a la ley. Tal vez, como estudian lo que otros, no ellos, producen, crean que están a salvo de ensuciarse sus manos en cosas tan vulgares como la vida y el mercado, pero luego de estudiar dos años el tema, les aseguro que se trata de una ilusión, puro producto de la alienación capitalista.[2]

Aunque confío en que el profesor Panesi no se ha dado cuenta, la ideología que subyace en su intervención no es sólo aristocrática, peligrosamente antidemocrática y sobre todo injustificable en quien, como me consta, defiende a rajatabla la Universidad Pública (¿deberíamos ser subvencionados con el dinero de los ciudadanos, si sostenemos un Reino Privilegiado a donde para nosotros se suspende la ley que a ellos afecta?). La ideología que subyace aquí es la de la impunidad, una palabra demasiado amarga en la Argentina.

El tercero es la inconsecuencia. El menemismo vació las palabras, se podía decir una cosa, la otra, todo lo contrario: nada servía, lo único real era que los que robaban, robaban, y los robados eran cada vez más miserables. Hay quienes señalaron en sus blogs que la defensa de Di Nucci es menemista. Me duele tener que coincidir. Lamento de veras que desde las mejores inteligencias del mundo académico se hable con una liviandad tan parecida, sin necesidad de que “exista una cosa para cada palabra”, como pedía el genial Osvaldo Lamborghini.

A lo mejor estoy equivocada y el profesor Panesi sí se hace cargo. y lleva su posición hasta las últimas consecuencias. Le ruego que me lo haga saber, pero hasta ahora no me he enterado: leí maravillosos análisis suyos sobre Felisberto Hernández, tienen su marca personal, su estilo, su búsqueda particular (como ocurre siempre en la crítica que vale), pero además están firmados sin ninguna duda con su nombre y apellido al pie del trabajo, o en la portada del libro. Ignoro que haya instado a sus colegas a que usemos libremente su trabajo, sus ideas, sin admitir que son suyas. Es más: como en los currícula de todos nosotros, en su currículum deben figurar las repercusiones y citas que produce su obra. ¿Tal vez el profesor Panesi acepte estas reglas de la propiedad privada simplemente porque sus trabajos no son ficcionales, sino ensayos críticos? Vimos que para la ficción (que él no publica) reivindica el robo. Sin embargo, recuerdo interesantísimas clases donde el profesor Panesi instaba a borrar todo límite entre la crítica literaria y la literatura, planteando que estamos ante ficciones en ambos casos. No comulgo con esa posición, pero se la escuché a menudo.

Personalmente, nunca me atreví a tomar varias páginas de sus trabajos e integrarlas como mías a un ensayo, cambiando alguna palabrita para garantizar la continuidad y coherencia de toda la lectura. Y aunque el profesor Panesi ahora me haya habilitado a hacerlo, prefiero pensar yo mis lecturas y usar las de él para profundizar y mejorar mi reflexión, en un diálogo en el que siempre quedará claro qué argumentos le uso y cuáles aporto.

Lo mismo podría decir acerca de los escritos de Daniel Link, críticos o ficcionales, o los trabajos notables de Josefina Ludmer, también firmante de la defensa a Di Nucci.

Hablaremos después de la inconsecuencia respecto del dinero. Ahora veamos otra: cuando en 1997 La Nación revocó un premio de cuentos porque se demostró que el ganador del concurso, Daniel Azetti, había plagiado al escritor Giaccomo Papini, no hubo reacción pública en la Academia. Más bien hubo festejo privado: algunos de los que hoy defienden a Di Nucci comentaron en pasillos, con maligna alegría, cómo “el diario de derecha” premiaba con tan poco tino. El profesor Panesi no defendió el derecho al robo de Azetti. ¿Tal vez porque el privilegio de la impunidad no rige para cualquier trabajador de la literatura, sino para los bendecidos por las filas académicas?

Lo tuyo es mío y lo mío… es mío

Daniel Link se refiere al caso en la revista Veintitrés y en su blog y extiende los argumentos de Panesi. Le responden profusamente, a favor y en contra. Con audacia subversiva, revolucionarios sin vacilaciones pequebú, los que lo apoyan desprecian posiciones como la mía, en el mejor de los casos por ingenua, en el peor, por defender el capitalismo. Los presupuestos de mi breve intervención en Veintitrés serían “obvios”, tan adaptaditos al sistema social, al mundo burgués, que ni merecen discutirse. “Soldados de la propiedad privada”, “esbirros del copyright”, injuria con efectiva retórica Daniel Link. Alguien que le escribe llega a esgrimir en mi contra la frase de Brecht en la que dice que el verdadero delito es fundar un banco, no robarlo.

Link dice “asombrarse” y “asustarse” por la postura ignorante y reaccionaria de quienes condenamos el plagio. Ignoramos, explica, que literatura es un concepto histórico y la valoración de originalidad, en definitiva, un invento de la burguesía que se consolidó definitivamente en el capitalismo.

Respondo brevemente: en efecto, la valoración del individuo creador es un muy feliz invento de la burguesía y de la autonomía de la literatura. Tal vez Link extrañe esa dorada época en que indios esclavos tallaban exquisitos santos en las Iglesias, sin derecho a firmar, o a cobrar, o a recibir apenas reconocimiento de la comunidad, memoria póstuma y valoración alguna; tal vez Link extrañe los maravillosos tiempos en que en las Letras regía el principio de autoridad y la falta de autonomía hacía de todo creador el sirviente del noble, el rey o el Papa. Adorno, Habermas y Marx se han extendido, cada uno a su modo, sobre el tema, no lo haré yo acá.[3] Sólo quiero admitir que no, yo no extraño esos tiempos, más bien junto con Marx y Engels en su Manifiesto Comunista, rindo homenaje a esa notable revolución que supuso la irrupción de la igualdad jurídica del mercado y la burguesía, respecto del Orden Feudal, reservándome por supuesto el derecho a combatir las desigualdades que esa igualdad oculta, a espaldas del mercado.

“Soldados de la propiedad privada”, nos acusa Link. Eso sí me asusta, desde luego no por mí sino por la ignorancia que demuestra esa acusación. Estoy acostumbrada a que abunde esa ignorancia en nuestro mundo académico y en sus orillas, donde algunos jóvenes se la pasan comentando o escribiendo blogs, a la espera de su oportunidad de entrar legítimamente al Reino de los Privilegios Imaginarios, pero aunque sé que ellos no hacen más que repetir lo que algunos de sus profesores les enseñaron, no deja de asombrarme que un crítico y docente con inteligencia y trayectoria, como Link, suela dejar caer cualquier cosa rápido, sin estudiar o sin detenerse a releer, si ya leyó, apoyándose en la utilización de jergas y prestidigitaciones retóricas e irónicas, para las que tiene talento. Pero en realidad no es asombroso que Daniel Link desconozca o haya olvidado completamente a Marx, si vemos cómo desecha de un plumazo en su blog a la intertextualidad bajtiniana, afirma, “por ochentosa”: Link defiende a Di Nucci, pero no vestido con la ropa de moda en los 80, él usa pilcha último modelo. Un intelectual que desecha una teoría no porque la refuta, sino porque estuvo de moda hace veinte años, no sólo admite que desechará la actual dentro de un tiempo, sino que cree que su función social, más que ayudar a pensar y mejorar el mundo, es estar a la moda. Si la intertextualidad bajtiniana es “ochentosa”, Marx es todavía peor: “sesentoso, setentoso”. ¿Cómo le va a interesar leerlo? Sin embargo, para cierto tipo de académicos, no conocer a Marx nunca es obstáculo para usarlo en una discusión.

“Soldados de la propiedad privada, defensores del capitalismo”. Es una vieja táctica de ciertos integrantes de esta academia corrernos por izquierda (nuestra ideología oficial), para volver todo tan infinitamente subversivo, tan transgresor, que ninguna transgresión cotidiana, modesta, sirve ya para algo, comparada con aquélla teórica que se repite de las fotocopias que se leyó preparando una clase o un parcial, y con las que nadie pretende realmente ser consecuente.

La puesta en jaque total de la propiedad privada poco tiene que ver con los planteos de Marx, que son los que originaron en la humanidad tanto revolucionarismo. Solamente desde el desconocimiento profundo o desde la mala fe se puede escribir eso. Marx no ataca cualquier propiedad privada, ataca una muy concreta: la propiedad privada de los medios de producción. Postula la necesidad de terminar con ella. ¿Y para qué? Simplísimo: para que nadie pueda apropiarse de trabajo ajeno. Repito, subrayo:

para que nadie pueda apropiarse (como hace quien plagia) de trabajo ajeno

Lamento dar explicaciones escolares a tan subversivos y audaces polemistas: si yo poseo máquinas de coser, puedo usar mi derecho sobre ellas para contratar trabajo asalariado. Es decir: poner gente a coser en mis máquinas, con mis telas e hilos, y apropiarme de una parte del valor que esa gente produce en cada jornada, aunque yo no trabajé. Es decir: apropiarme del trabajo ajeno.[4]

¿Necesito decir que usar el adjetivo “ajeno” implica que sí hay trabajo propio, trabajo original de la gente, y que esa izquierda a la que apelamos, la que Brecht defendía, reivindica la propiedad del trabajo, para quien trabaja? Condenamos al capitalista que por medio de un subterfugio que ocurre a espaldas del mercado se apropia de una labor que no realizó, y los marxistas proponemos, para impedir la explotación del trabajador, una sociedad donde no exista propiedad privada de los medios de producción, no donde cualquiera pueda apropiarse del trabajo de otro, muchísimo menos no donde no importe quién hizo el trabajo. Como marxista, no defiendo ni soy cómplice de que se robe trabajo ajeno. Tengo poco éxito, porque la sociedad en la que vivo legitima la apropiación de éste por parte de los dueños del capital, no puedo evitar que se explote mi trabajo asalariado como escritora, ni que exploten a los demás, incluyendo a Sergio Di Nucci y a Carmen Laforet. Sabía que contra el sistema, sola, iba a fracasar, no que también debía defender a los dueños de su trabajo del embate de mis colegas.

Para el comunista Bertolt Brecht fundar un banco es un delito peor que robarlo, sí, pero no porque robar está siempre bien, sino por el tipo particular de capital que implica un banco (el capital financiero), que Marx describe detalladamente.

Como se ve, la situación en la que Bolivia… copia casi textualmente páginas enteras de otra novela y se ahorra el trabajo de escribirlas no es robar a un parásito de guante blanco (un banquero) sino a una trabajadora que imaginó, construyó, escribió. Los privilegios, la impunidad y el poder de los banqueros siempre fueron claros; después de diciembre de 2001 y a la luz de los fallos finales de la Corte Suprema, son más horriblemente claros. Ahora bien: ¿a quién le roba un escritor que plagia? A otro trabajador. En este caso a Carmen Laforet, la muchacha veinteañera que escribió en la oscuridad del franquismo y hoy está muerta y bastante olvidada, la que creó palabra por palabra su novela Nada (desde luego no rompió el silencio universal, escribió atravesada por discursos ajenos, pero puedo demostrar que no robó a otro escritor). El escritor que plagia roba a una mujer que pese a haber ganado un premio importantísimo local y a haber tenido repercusión en su momento, y a la potencia literaria de su novela, puede ser calificada impunemente por un periodista cool que le escribe a Link al blog (y aprendió esa costumbre de hablar de lo que no lee) como “poco significativa”, sólo porque (como señala alguien allí) Nada no se menciona en las cátedras prestigiosas de la Facultad.


¿Nos obliga a algo lo que decimos los intelectuales?

Con respeto y sin ironía, pregunto a Daniel Link, a Jorge Panesi, a mis colegas firmantes de la carta, si creen que así como tenemos “licencia para robar”, tenemos licencia para opinar cualquier cosa, sin hacernos cargo. ¿Renunciamos ustedes o yo a cobrar dinero por lo que escribimos? Tal vez no sean muy significativos los derechos de autor devengados de nuestros trabajos impresos, pero si ustedes piensan realmente lo que defienden: ¿qué razonamiento los autoriza internamente a considerar suyo el dinero que ganan? Si representa un trabajo necesariamente robado, robado a todos, a un abstracto devenir discursivo sin principio ni fin, significancia, anillo discursivo dialógico, anónimo, ¿por qué no repartimos esa plata que no es nuestra entre tantos hablantes cuyo decir posibilita nuestras escrituras y que en este momento están hambrientos, desnutridos?

Yo no puedo hacerlo: no vivo de rentas ni me dedico al robo, negocio lo mejor que puedo mis anticipos en las editoriales, mis notas periodísticas, y cobro en la academia por mi trabajo. Así aporto a la manutención de mi familia. Me consta que mis colegas hacen lo mismo: o cobran en las editoriales, o cobran de diversos modos por su trabajo académico, o recaudan ingresos de varios trabajos, pero en todos los casos asumen la propiedad de sus trabajos y tratan de que les roben lo menos posible.

Sergio Di Nucci no rechazó el dinero que le dieron por el premio, se lo guardó. Esto ocurrió pocos días después del 13 de noviembre del 2006, cuando subido a un escenario y admitiendo que era el único autor de su novela (reconociendo como colaboraciones de hecho a anónimos hablantes bolivianos, nunca a Carmen Laforet), afirmó que iba a entregar ese dinero a la comunidad boliviana. Recuerdo que me conmoví. “No tiene por qué”, pensé, “ganó su plata en buena ley, la merece. Pero si está en condiciones de hacerlo, si puede, ¡qué suerte, qué buen gesto!” Aparentemente Di Nucci hoy está de acuerdo conmigo en que no tiene por qué: parece que hasta ahora se guardó su dinero. En la nota de Veintitrés la ADA (Asociación Deportiva del Altiplano), a favor de la cual él anuncio la donación, declara no haber recibido aún el dinero que el escritor prometió en noviembre, y se preocupa, porque en la comunidad ya hubo gastos grandes a cuenta. A lo mejor ahora ya entregó ese dinero libremente prometido. Me alegraré mucho. Pero en todos los casos, tanto para donarlo como para guardárselo, tanto para prometerlo en la ADA, sacándose fotos mientras firma un acta (algunos dicen que con el del seudónimo Bruno Morales, ojalá no sea cierto), Di Nucci dispuso de un dinero que, para citar a Marx, debería reflejar sus horas de trabajo, no las de Carmen Laforet.

En la Academia nos hemos manifestado siempre contra el menemismo, pero tal vez debamos examinarnos con preocupación, porque el menemismo es mucho más que el gobierno de Carlos Menem, es un conjunto de valores tan compartidos como naturalizados. Los intelectuales de la universidad pública no podemos ser cómplices de esto.

Análisis crítico de la relación Di Nucci – Laforet, en Bolivia construcciones.

Estudié a Bajtín por primera vez con mi maestro Enrique Pezzoni, y por segunda vez con él y con Jorge Panesi, a fines de los años 80. Aunque luego escribí un libro sobre el tema del que soy única responsable, debo parte de mi comprensión a las clases de ambos. Me consta que el profesor Panesi conoce el grupo Bajtín con sutileza y precisión, igual que muchos firmantes de la carta que afirma que Di Nucci utilizó el procedimiento intertextual, me entristece la obviedad de lo que me veo obligada a exponer a continuación.

Dice Bajtín que toda palabra que se pronuncia o se escribe ya ha sido dicha o escrita, viene contaminada de connotaciones, juicios de valor, recuerdos, tradiciones, etc, y por lo tanto hablar o escribir es citar a muchos. Esto no supone que quien habla o escribe sea un pasivo repetidor, porque más que citar, dice Bajtín, se trata de dialogar. Cada palabra que se dice o escribe dialoga con ella misma, dicha o escrita antes por otros.

En literatura este fenómeno es por supuesto constante. Opera del modo más inconsciente, general y básico, porque toda palabra que aparece en un libro ya existe pronunciada con infinitos acentos y opiniones, en la cabeza de quien lee, y la persona que escribe lo sabe, cuenta y juega con eso. Pero a veces opera a partir de un procedimiento más exquisito, muy consciente, que en la postmodernidad está de moda, forma parte de la estética masiva actual: la intertextualidad, el diálogo consciente de una obra con libros previos, con obras previas de la tradición cultural. Está tan de moda que hoy la vemos tanto en literatura exquisita y difícil pero también en las obras masivas. La novela Montecristo trabajó con intertextualidad, por ejemplo.

Ahora bien, ¿cuándo hay intertextualidad y cuándo simple plagio?

La pregunta no tiene una única respuesta, pero eso no significa que cualquier trabajo con un texto previo pueda ser admitido. De Bajtín se desprende algo primero y fundamental: la intertextualidad es un procedimiento literario que no repite sino que dialoga. El grupo Bajtín, a través de Voloshinov, sostiene que entre el discurso transcripto, referido, y el discurso que refiere “se dan relaciones dinámicas de gran complejidad y tensión”. Cuándo se dan o no, es opinable.

Y como es opinable, opino: no considero que en las transcripciones que hace Di Nucci de Nada, de Carmen Laforet, se den “relaciones dinámicas de gran complejidad y tensión”.

En la larga e importante escena de la novela catalana que retoma Di Nucci, la transcripción es casi textual, sólo se cambia la primera persona femenina por una primera masculina y las palabras españolas por palabras verosímiles para el narrador boliviano: es decir, se naturaliza, se borran las marcas de estar trabajando con el texto ajeno en vez de exhibirlas, en vez de producir ese diálogo que pedía el grupo Bajtín: diálogo entre el discurso referido y el discurso que refiere, y mientras refiere se vuelve contexto tenso del discurso citado. Tiene que notarse un contexto que rodea al texto referido.

De la comparación surge que Di Nucci no hace ningún esfuerzo en su escritura para que ésta se muestre como contexto de otra que se cita sin comillas. La intertextualidad es un procedimiento literario, optativo y consciente, A diferencia del dialogismo, que es condición sine qua non de cualquier emisión discursiva, la intertextualidad juega con el dialogismo, lo exhibe, lo denuncia. Es un procedimiento, como por ejemplo una figura retórica. Y como todo procedimiento literario, quiere ser descubierto, porque el procedimiento es parte del efecto estético. Para disfrutar “El fin” de Borges disfrutamos no sólo del relato, sino de que le dé una vuelta de tuerca, un final a una obra previa, Martín Fierro. Entender eso es parte del sentido del cuento y por eso el cuento se organiza armando como sorpresa final que el personaje al que se va a matar se llama Fierro, y el que lo va a matar, es el hermano del moreno que Fierro asesinó. Entonces todo se arma.

A veces la intertextualidad está más enmascarada, es una adivinanza para exquisitos. A lo mejor fue ésta la intención de Di Nucci, pero entonces la obra tendría que dejar las pistas para que los “exquisitos” la descubran, como en esos juegos donde tenemos que descubrir algo que está oculto. Por ejemplo, Cortázar escribe “El otro cielo” y habla de un sudamericano misterioso que bebe en un bar de París. Entre el epígrafe que pone el cuento, firmado con las iniciales I.D., y datos que se tiran al pasar sobre el americano, podemos descubrir que se trata del Conde de Lautreamont, cuyo nombre es Isidore Ducasse,. A diferencia del ejemplo de Borges, acá esto no es fundamental para disfrutar del cuento pero sí para disfrutarlo más. Igual el relato debe dejar las pistas para ello.

Más allá de las intenciones que pueda haber tenido Di Nucci, no encuentro pistas en Bolivia Construcciones. Él declara que la palabra “construcciones” es el guiño para que el lector diga: la obra está construida con cosas diferentes. Pero es un guiño tan tan débil, que pasa inadvertido. Cosas diferentes hay muchas y entran en el campo infinito de la significancia. Una novela concreta de una escritora muerta no es una cosa más. Su presencia le pasó inadvertida a Carlos Fuentes, a Luis Chitarroni, a Becaccece, a Griselda Gambaro, a Tomás Eloy Martínez. Es gente acostumbrada a buscar y encontrar guiños. Y tampoco la advertí yo. Es que resulta que el protagonista de la novela es un boliviano obrero de la construcción, entonces “Construcciones” tiene un sentido evidente. Se dirá que existe la polisemia y que las palabras, además de aludir a lo evidente, connotan, sugieren. Sin duda, pero acá la sugerencia es demasiado débil, tendría que haber algunas más para que al lector se le ocurra entender que “construcciones” pide ser leída como collage de materiales literarios, específicamente collage con una novela llamada Nada y escrita por Carmen Laforet. Es que tendría que haber otros textos resonando, de otras obras, para que una sienta que eso es un collage. En la novela hay algún artículo periodístico, citado con comillas, claramente como artículo periodístico: ni se refiere a la tradición literaria, ni homenajea a otras literaturas, es más bien funcional a lo que en ese momento la novela está narrando. No me parece que alcance para que por esa pista yo diga “acá hay un intento de construir una escritura con ladrillos de otros libros”.

Pero además, Nada no está demasiado presente en la memoria cultural de los lectores actuales. Ganó un premio importante 60 años atrás, eso es todo. Una intertextualidad tan abundante (siendo benevolentes, 30 páginas sobre 200) con una novela que habla de la oscuridad de las relaciones familiares en el franquismo, en la década del 40, debería poder leerse con algún sentido especial cuando aparece en otra sobre migrantes bolivianos del siglo XXI: ¿por qué apelar a la tradición de literatura catalana o española? Sería posible hacerlo, pero no veo que la novela dé pistas para eso. Más bien pareciera (coincido con varios en esto) que Bolivia construcciones usa a Nada para poder conseguir una estructura más narrativa y acorde con una novela, respecto de la que tiene hasta que apela a las últimas 30 páginas.

En efecto, Bolivia construcciones es una sucesión de cuadros, de pequeñas escenas relativamente aisladas, unidas por la voz narradora del joven boliviano protagonista, más destinada a presentar personajes y crear climas que a contar una historia con nudo. Eso no está ni bien ni mal, de hecho los capítulos son pintorescos, tiernos incluso, con un humor muy fino, escritos con respeto por sus personajes y mucho dominio del lenguaje, pero así se puede sostener un libro de pequeñas crónicas, de descripciones, no sé si una novela. La novela precisa de algo que le dé estructura narrativa, y Di Nucci lo encuentra en la parte del libro que coincide exactamente con la transcripción de Laforet (aunque la situación plagiada comienza antes). Ahí el relato maneja por primera vez la acción, el suspenso, las persecuciones, las corridas, la violencia (lo cual requiere una técnica narrativa difícil), pero lo hace transcribiendo palabra por palabra (apenas cambiando nombres propios o modismos de jerga local) lo que hizo tan bien Carmen Laforet.

Si Di Nucci intentó ser intertextual, falló. Porque: ¿cómo se hace para crear un procedimiento intertextual con una obra que no está fuertemente presente en la memoria de muchos lectores, si es evidente que la mayoría no va a reconocer el texto “madre”? Es posible y es legítimo, pero para que eso sea intertextualidad, como dije, la clave es dar pistas. Porque un procedimiento, en literatura, es eso: PROCEDIMIENTO, artificio. Y el artificio se quiere hacer notar, ésa es su naturaleza

A menos que digamos que el procedimiento de Di Nucci fue el de citar la obra de otro escritor borrando todas las marcas de choque, de tensión, de diálogo, disimulando, ocultando que hay dos voces, volviendo las páginas citadas parte naturalizada de la novela que se cita. Eso es un procedimiento también, sin duda, pero no se llama intertextualidad.



[1]Rojas, Diego. “Otro premio lierario cuestionado por plagio. Escándalo y el debate entre escritores y académicos”. Veintitrés, Buenos Aires, jueves 15 de febrero de 2007.

[2] Véase Drucaroff, Elsa, “Mercado y literatura: una relación que molesta”. Ponencia inédita que leeré en las Jornadas del Instituto de Literatura Hispanoamericana, a realizarse a fines de marzo del 2007.

[3] Una versión muy abreviada de ellos en Drucaroff, Elsa, “Mercado y literatura: una relación que molesta”. Op. Cit. Véanse también Adorno, Theodor W., “Arte. Sociedad. Estética”. En su: Teoría Estética. Barcelona, Orbis – Hyspamérica, 1983; Habermas, Jürgen, Historia crítica de la opinión pública. Barcelona, Gustavo Gili, 1981 y Marx, Carlos y Engels, Federico. Manifiesto del partido comunista. En su: Marx Engels, Obras escogidas, Moscú, Progreso, S/F.

[4] Marx, Carlos, El Capital. México, Fondo de Cultura Económica, 1972.

22 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien por Drucky !

Demóstenes dijo...

Está muy bien lo que dice D., sólo que toda la argumentación se deshace y pierde sentido justamente en esta certeza: "Eso es un procedimiento también, sin duda, pero no se llama intertextualidad". Ésa, me parece, es la clave. Pero ¿acaso uno tiene que pedirle permiso a Bajtín para pensar o escribir? Esto de Di Nucci es un procedimiento justamente y lo que importa es la consecuencia o el resultado de ese procedimiento, es decir, si el texto resultante es atractivo (cosa que no parece haber sucedido aquí pero que en manos más hábiles tal vez pudiese cambiar).
El tema del plagio no pertence a la literatura sino al mero mercado literario. Me parece evidente y saludable que la legalidad del arte no coincida con la de la sociedad burguesa. Pero eso con respecto al texto, al texto, repito. El objeto libro sí está indudablemente pegado a las leyes de mercado.

Por otro lado, la naturaleza del articio no es la que declara Drucaroff sino justamente la contraria: el artificio intenta hacernos creer en él, si no no se podría leer ni ver cine ni nada, pues sólo veríamos una sucesión de artificios.

Matías dijo...

Me encanta el tono de Drucaroff: ella que descubrió que nadie puede aceptar la relación entre mercado y literatura; ella que la suda escribiendo, intentando sobrevivir con las manos agrietadas de redactar artículos para la prensa; ella que bajará a piedrazos a la literatura del pedestal romanticón. Se calza los guantes (no los de látex sino los de tela gruesa, azules, manchados con tinta) de trabajadora cultural, de proleta-literaria y se despacha contra los Panesi de guante blanco, contra los Link trangresores posmodernos y erige el culto al sudor en la frente que produce elegir entre la pluma o el martillo.
Y encima es experta en Bajtín y Marx. ¡Qué más!.

Vero dijo...

Leí el tecto ayer en NA y me pareció mejor que leí sobre el tema. Al contrario de lo que piensa n.v., en la frase final encuentro ironía inteligente. Saludos a Elsa.

Vero dijo...

Perdón, tecto es texto y mejor es lo mejor, se entiende, ¿no?

Anónimo dijo...

Alejandro: antes que nada gracias por subir el texto a tu blog. Tu mirada es rara para mí, no la había pensado. No me parece. Sospecho que no es por los motivos que decís, el apoyo a Di Nucci. Es curioso que no hayan levantado la voz cuando lo de Papini (y a propósito, es Giovanni, no Giaccomo, me confundí y ya no pude corregir el e-mail que había salido. Chiedo scuse, Giovanni!) Vuelvo: ignoro por qué algunos apoyaron así a Di Nucci, diría tan irresponsablemente, sin siquiera leer las dos novelas, probablemente. Ignoro pero tengo indicios (no seguridad) para entenderlo más como defensa corporativa, completamente extra literaria, que como discusión literaria (que es lo que vos, coherentemente, necesitás pensar que es... Son tus maestros, algunos, y seguramente aprendiste de varios). En fin, sería bueno que estuviera equivocada y el apoyo fuera por convicciones literarias... El mundo sería un poco mejor, por qué cerrar la puerta a eso.
De todos modos, tus reflexiones me hacen pensar cosas, no como explicación de este caso. Es interesante cómo mirando desde tu lugar de persona joven que escribe, y por lo tanto busca sus propias estéticas, te aparecen preguntas sobre los modos de los "viejos" de leer a los "nuevos", hay tela ahí para cortar. Je, en principio parece sobre todo que no los leen. Si algo demuestra lo que dicen los apoyos, pocos se tomaron el laburo de leer Bolivia... y Laforet, ni hablar. Impresionante como alguien de un plumazo escribe "novela poco significativa". Gente, qué nivel de alienación hay.
En otro orden, Alejandro, pero desde una mirada parecida, un amigo algo mayor que vos señalaba que los medios dan infinito lugar a una "polémica" (quieren leer las comillas, léanlas) entre gente de más de 60, alrededor de un muerto, algo que en definitiva no le interesa de verdad a nadie, salvo a los amigos que querían personalmente a Soriano, y que no pone en juego ni medio concepto sobre la literatura, ni siquiera sobre la de Soriano. En cambio, nadie habla de esto, donde el escritor es treintañero y las preguntas sobre la ética y la conducta atañen a los que están hoy escribiendo, a los que quieren escribir y publicar, y donde además, me decía él, pone en jaque la utilización ética que se hizo acá de pensamientos de izquierda como los de Foucault o Deleuze - Guattari. Qué función política cumplieron en los años 90 esas teorías, que sería injusto afirmar que fueron pensadas para justificar cosas como ésta? Eso, decía él, y literatura argentina actual, eso no interesa discutir en Página 12. Interesa la pelea personal por un muerto.

Respecto por los comentarios: muchas gracias, Vero! Y sí: parece que el que comenta arriba tuyo no entiende la ironía, y me temo que tampoco teoría literaria, por lo que dice. Me impresiona porque supongo que será alumno de carreras como la nuestra, o Ciencias de la Comunicación... Ja ja, esperemos que no sea ayudante de alguna cátedra! Y que no tenga diez a mansalva en esas monografías que en Puán se escriben transcribiendo jerga y diciendo cualquier verdura, y lo peor, se califican de 8 a 10!

Matías: eso de las manos agrietadas es un exceso retórico de tu entusiasmo, o todo eso es maligna ironía? Primer caso: gracias por la comprensión, igual en serio, mis manitos están suaves, la compu no es detergente. Y además reivindicar mi carácter de proleliterata no significa que no me guste mi laburo. Me encanta! Y les deseo a ustedes que les pase lo mismo. Y además: hay modos más fáciles de ganarse la vida que el que elegí, conciencia de clase no es victimismo, muchachos.
Ahora, Matías (creo que fuiste mi alumno, perdón por el Alzheimer pero tu nombre me suena y todo lo que me suena -caras, nombres- me parece ex alumno, je): Si es ironía, che, todo bien, vos reíte. Sobre todo si tenés fortuna personal, pero te aconsejaría que no escupas para arriba, porque cuando te recibas las fotocopias de Puán te van a tener que servir para convencer a alguien de que le sirve darte guita por laburar... O si no podés robar, je, aunque sospecho que la próxima vez que pase algo tipo Di Nucci, el apoyo no va a ser tan ligerito y facilongo.
Saludos a todos y gracias.

Matías dijo...

Gracias a vos, Elsa, por responder. Puede ser que mi exceso retórico lleve a cuestas un poco de ironía pero que conste que no es mala fe, es sólo exageración.
No pretendo recibir un escupitajo en mi cara, ante me cubriré con las fotocopias de Puán.
Saludos.

Demóstenes dijo...

Me defiendo un poco: entendí, qué triste explicarlo, la ironía, pero creo que el significado literal de esa frase tiene importancia porque no está claro si en este caso hay plagio o procedimiento. Por eso digo que en esa frase pierde sentido la argumentación, pero bueno si estoy equivocado pido disculpas a la amable comunidad bloguera. Parece que ya está definido que de lo que se trató es de un robo vil y artero, así que revisaré mi posición (y mi escritura porque parece que escribo "jerga":)

¡Saludos!

Anónimo dijo...

Vietnamita, así de onda, en serio, con ironía pero sin mala leche, me atrevo a hacerte una sugerencia tal vez trivial, digna de una persona ingenua, una estupidez, bah: ¿y si LEÉS la novela de Laforet, después LEÉS la novela de Di Nucci, y pensás si es plagio o procedimiento intertextual, en vez de dar vueltas y vueltas masturbatorias, tratando de recorrer teorías y teorías para explicar lo que no leíste? Se van a burlar de vos en PUán por eso, pero te juro que no todos, yo no y muchos otros, tampoco. Y vas a ganar en existencia real, digamos que te vas a parecer más a un lector común, que lee libros, eso que seguramente fuiste antes de empezar la carrera. Entonces, a lo mejor entendés más cosas y cuando recibas la licenciatura en Letras, si no la recibiste aún, tal vez quiera decir algo en serio, no que te enseñaron masturbatura y ciencias onanas. Saludos otra vez a todos, Matías, podés guardar las fotocopias en las carpetas, vas a ganar como para comprar paraguas.

Demóstenes dijo...

Si realmente Ud. es Elsa D. (porque uno nunca sabe quién comenta realmente en los blogs), debo decir que no es de muy buena leche decirme "pajero", pero bueno, parece que el tema irrita al punto de necesitar el agravio. Bueno, allá Ud., que será culta e inteligente pero no muy educada (teniendo en cuenta que yo nunca la agredí sino todo lo contrario).

Pero al tema: yo no doy vuelta ninguna teoría ni pretendo justificar nada. Nada en el mundo me importa menos que Di Nucci, puedo asegurarlo. Pero si me interesa el tema desde un punto que a nadie parece importarle: lo narrativo. Me parece que de lo que se trata es de si puede ser un "procedimiento" narrativo (puse comillas ¿lo ve?) válido o no, qué puede aportar, cómo se traman los ritmos de las dos prosas, etc. etc.

Pd: Técnicas masturbatorias ya sabía de antes, es más este cuatrimestre estoy a cargo del sofisticado seminario "La hormiga y sus recorridos: posibilidades".

¡Saludos!

Perro Negro dijo...

Queridos Rufián y querida Elsa:

Los felicito, por poner un poco de cordura en todo ésto.
Voy a decir desde que lugar de la vida les hablo, no para vanagloriarme de nada, ya que a través de mi firma y mi blog, no se me puede detectar ya que soy perfectamente anónimo y ésto obedece entre otras cosas, al lugar que ocupo hoy por hoy en la vida.
Soy un militante del comunismo anárquico, desde hace ya bastantes años. Estoy naturalmente rodeado de otros militantes, no sólo anarquistas, sino que en diversos espacios de base comparto y discuto con Marxistas, Peronistas, etc.
La cuestión es que defender un plagio apelando a la idea de "intertextualidad no declarada" se parece mucho a la idea de defender la frase "la propiedad es el robo" dedicándose a acumular para uno la propiedad de otros.
No creo que a ningún militante se le ocurriera citar a Brecht para defender un plagio.
Todos esos revolucionarios del copyrigth que defienden dicha práctica, deberían leer aunque sea un poco sobre los anarquistas expropiadores.
Desde el único lugar desde el que se puede defender ésta tilinguería es desde un individualismo pésimamente entendido del que lamentablemente, en el anarquismo "cultural· de hoy día, abunda.
Las únicas posiciones revolucionarias son las que se sostienen desde posiciones revolucionarias.
Debo decir, para malestar vuestro que me tiene sin cuidado la discusión literaria, ya que a mi modo de ver. ésto escapa a la literatura.
Yo estoy contra "los derechos de autor" si estoy en contra de los derechos de propiedad privada en general, no si me conviene.
Como tampoco soy rico y quiero acceder a ciertos bienes culturales ya sea por mero esparcimiento o para estudiar algún tema lo que he tenido que hacer es desarrollar una metodología que considero medianamente ética.
No pirateo nada hecho por artistas/intelectuales o lo que sea, que no sean masivos, Es decir, un disco de Arbolito junto peso por peso y me lo compro. Un disco de Bowie lo pirateo.
La dialéctica del iluminismo, me la bajo de internet. Un libro de José Vazeilles fuí y me lo compré.
Ahora bien, si uno cometiera plagio con fines políticos, es decir para financiar una orga, es otro cantar, pero ésto es indefendible. Hassan Ibn Sabbah, tomado por anarquistas eslovenos para hablar elípticamente del facismo decía "Si nada es real, todo está permitido" y por supuesto lo que estaba permitido esra siempre a su favor. Un argumento similar utiliza Chomsky para describir el mecanismo platónico de justificar las "democracias tutelares", todo aquél que dice "los hombres necesitan ser mandados" siempre se piensan a sí mismos del lado de los que gobiernan a esos hombres

ajsoifer dijo...

Elsa:
Puede ser que haya sido defensa corporativa pero también me parece pobre. Por qué profesionales de renombre van a firmar la carta que firmaron. Vos misma lo decís en tu artículo: Jorge Panesi, maestro de maestros... qué necesidad tiene de meterse en el barro de toda esta discusión tilinga?
Me hubiese gustado ver qué decía Nicolás Rosa por ejemplo, de todo esto. Seguro que decía algo que ninguno de nosotros hubiera podido comrpender.
En todo caso me parece que hay todo un movimiento de renovación estética que se está viniendo y algunos están haciendo lo posible por atajarlo y si además, pueden ponerle un nombre pronto, mejor (pienso en lo que escribió Josefina Ludmer).
También están las viejas y ya discutidas rencillas entre los que quieren figurar.
En ese sentido se me hace contradictoria la idea de defensa corporativa: a un Di Nucci lo defienden en forma cerrada y de todos los ataques injustificados y estúpidos que sufre "La jóven guardia" no? Nadie sale a analizar críticamente la literatura que se está escribiendo en estos momentos.
Sea como sea, me parece todo medio raro.
Gracias a vos por pasar por el Blog y comprometerte con las opiniones.

Anónimo dijo...

Renovación estética? Existe eso todavía? Pregunto.

Anónimo dijo...

No creo que pueda haber ninguna razón para defender a Di Nucci, porque no hay posibilidad de que no sea un pelotudo. El trabajo de intertextualidad que mencionás jamás puede ser tal.

El plagiarismo como arte o postura ante el arte no es nada nuevo, los neoistas lo defendían (defienden, mejor dicho) como una de las bases de su actividad, pero siempre la verdadera gracia está en que no niegan el plagio ni lo intentan ocultar, sencillamente se revelan contra la originalidad.

ajsoifer dijo...

Creo que se puede hablar de renovación estética, nos guste o no, en tanto leer a Bizzio, Mariana Enríquez, Gabriela Bejerman, Terranova, etc. implica un cambio en los paradigmas de lo que la Literatura Argentina ha sido hasta ahora.

Darío: Hay célebres casos de intervenciones estéticas con Plagio que son Arte precisamente porque ponen entre sus premisas que van a laburar con esa técnica.
Me viene a la cabeza, así, de toque, Burroughs y su Fold In, Slice In, Cut Up y no sé qué otros artificios con su jerga específica.
Saludos.

Anónimo dijo...

Coincido con Alejandro: me parece que sí se puede hablar de algo nuevo en mucha de la literatura argentina que se está haciendo. Lo vengo planteando en mis laburos y ahora estoy escribiendo sobre eso algo mucho más extenso. Y estoy pensando en armar los seminarios de este año (en el profesorado u en la facultad) sobre el tema.
Interesantísimo lo de Perro Negro, qué bueno que algo sobre literatura pueda proyectarse afuera y hacer pensar otras cosas. Qué pregunta: qué es lícito y qué no "para financiar una orga". Nos vamos a otro terreno y no tengo muchas respuestas, salvo coincidir con eso de que no sólo el fin no justifica los medios sino de que hay medios que en vez de justificar el fin, lo diluyen, lo descomponen, lo pudren. La pregunta es por los límites, y otra vez, qué sé yo. Muy bueno el final de ese post de Perro Negro, sí, esto de nada es real etcétera, siempre sirve a un solo lado.

Andrés Aloy dijo...

Elsa: vos me posteaste en mi blog, pidiéndome mi mail para pasarme una información sobre el caso Di Nucci. Ahora, creo que leí esa información, venía acordando con casi todo hasta que leí que soy "un periodista cool" y que hablo de lo que no leo. Te paso mi mail: andrualo@yahoo.com.ar, si querés mandame la información y decime esas cosas sobre mi persona que te sirvieron para ornamentar tu texto.

saludos, Alejandro si tenés el mail de la señora en cuestión pasamelo, por favor o pasale mi mail, el mail de un "periodista cool".

ajsoifer dijo...

Andrés: lo siento pero no pienso involucrarme en discusiones ajenas y menos pasarte el mail de nadie que no me haya autorizado previamente a hacerlo.

Nicolás Mavrakis dijo...

¿Pero nadie pescó el dato que me dio el el Gordo Gostanián? ¿Que hay toda una industria de la seguridad detrás de este premio que se afanaron dos novelas malas, al precio de una?

Lucía dijo...

jajajajajajajajajajaja



jajajajajajajajajajajajaja




jajajajajajajajajajajajajjajaja


























Leí lo de febrero sobre la vieja, mala, tonta y gritona del parque botánico y que se llama oh casualidad como yo.
Es tan parecida a mí que hasta podría decirse que sí soy yo.



Ahora, mis niñitos del alma, mi rufiancitos melancogidos y alcohólicos ¿QUIEN ERA LA LOCA?





EL QUE DIJO QUE UN PLAGIO ES UN HOMENAJE O LA QUE SE ENFURECIÓ PORQUE EL ESPIONAJE INDUSTRIAL DE LOS MUCHACHOS DE LA SIDE Y A NIVEL MUNDIAL LA CÍA ANDA DETRÁS DEL PRODUCTO MÁS ESCASO DEL UNIVERSO: LAS IDEAS.





Sigo pensando que un minjitorio es un minjitorio, una manzana en New York es una manzana y vale la pena comerla, y una lata de sopa Campell o Knorr sirver para alimentar a los que no pueden ir a los restaurantes de Puerto Madero por mucho que me lo vendan disfrazado de genuino.



Acepto las reglas de la vanguardia, hasta las admiro... pero no me vengan con romerías que el horno no está para bollos.




La intertextualidad es un recurso, no un libro póblado de conceptos ajenos: eso se llamaba enciclopedia en mi época de inocente.

Lucía dijo...

Otra cosita:


Perro negro: como siempre me ocurre con el anarquismo de algunos intelectuales (puede advertir que lo sos aunque te escondas en un falso anonimato) no entendí nada de lo que floridamente expusiste en tu comentario.

¿Qué habrás querido decir?
¿Estás a favor del plagio según el fin o no?
¿De qué depende?

Los anarquistas no aceptan normas, pero tienen miles: Esto no se dice, aquello no se hace, si no sos igual que yo no existís, mejor ser anónimo pero no vayas a querer salir en mi revista porque yo digo quien publica y quien está vedado por decisión de la Suprema Corte Marcial de los encapuchados, y una sarta de disparates por el estilo que en lugar de favorecer la libertad que pregonan la endurecen a sus códigos estrictos de sabelotodos al mando.
Salud al Gabo de mi parte.



Señores con tufo a carcamán oligarca, que siguen hablando de Marx y la expropiación privada y revisando con un ojo las tercerizaciones de Telefónica porque la orga es la orga y hay que darle de comer a los pibes, ¿viste?, mientras compran empresas y compañías (comerciales y sexuales) en países donde no residan, para despistar a los incautos con una mano izquierda y con el otro ojo controlando que todas las cuentas le salieron bien.




No soy rica, ni siquiera clase media acomodada.
Trato de evitar los prejuicios en los que caen los caballeros que nos mandan a lavar los platos, pero tengo nombre y apellido. Es mi identidad y como siempre he tratado de no traicionar mis ideales -cosa bien difícil en estas tierras de éxodos de ida y vuelta- no me cuesta aceptarme ni reconocerme.
Hay quien a la autoestima la llama soberbia o pedantería. Yo simplemente la llamo orgullo de ser tan coherente como pueda permitirme.

No estoy a favor de los derechos de autor post mortem, pero aplaudo que se paguen mientras dura la vida del que escribe porque el trabajo no se presume gratuito y las negras esclavizadas que usan los anarcos gerontes europeos antes venían a comparlas aquí, a América Latina, ahora se las llevan gratis a través de los entrecruzamientos de la banda ancha y la telefonía móvil, cuyo idem está clarísimo; controlar cada paso de la vida de los enanos de jardín a los que vampiriza gente como "usted, mi querido doctor".




El cinismo de algunos los hace deicr en voz alta sin sonrojarse: "Las musas no cobran derechos de autor. Toda la platita es para mí" y todos los secuaces le aplauden la picardía.




Dejo un poema que podrás ver en mi blog "premio consuelo" y viene a cuento porque el sitio se llama así porque no soy de ésos que trabajan para el sitema y levantan la bandera de la cultura independiente de eñe.
Punto y aparte.





VERSOS PÓSTUMOS.
NO ME HAGAN HOMENAJES POST MORTEM.





No me hagan homenajes post mortem
ni cuelguen flores rodeando el féretro
humilde, que cobije mi cadáver.
Que nadie blasfeme en el responso:
"yo la conocía y era buena"
ni lleguen amores misteriosos
como diabólica niebla al lecho.
No permitas que rompan a llorar
los que hacen canciones y películas,
las comadres flojas y los perros.
Que eviten los lugares comunes
por donde viaja la noche de la hipocresía.

Quiero hoy las caricias y los besos,
la cara mojada por la lluvia
al amparo de un brazo de amigo,
la sonrisa del antiguo cliente
de mis versos de cristal poroso.
Que se guarden sus premios y elogios,
los retratos con sangre en las camisetas,
el nombre de una calle cortada,
y los llaveros del fiel cancerbero.
No permitas palabras de réquiem,
preciosas palabras de aplauso universitario.
Que se pudran en revelaciones de la secta.
Dejen lejos de mi tumba feliz
las temibles críticas leguleyas.
Si por descuido evocan mi nombre
no te fíes de mi hondo silencio
abandonado a una mejor vida,
quiébrales las piernas sin asco
ni violencias, compañero amado,
hijo de mis entrañas, discípulo
de mi falta de clase, porque si
lo permitieras, amor amadísimo,
volvería en una tempestuosa nube negra
a cagarme en tu puta madre.






Lu

Anónimo dijo...

Perdón, Matías, la mala onda, pero para ser experto en Marx hay que sudar no sólo la camiseta escribiendo artículos de prensa,sino estudiando la lengua de Goethe. Lo mismo en relación a Bajtín. Una cosa es escribir un librito divulgativo para Almagesto, y otra cosa es ser experto en Bajtín. Como mínimo, para evitar trabajar con literatura de segunda mano, hay que saber al menos leer ruso. El único especialista en Bajtín que conozco en la Argentina es Hugo Mancuso, entre otras cosas porque el ruso lo conoce, y bien.
Un poquito de rigor, please.